Dr. Gregorio Gutiérrez González

Nació en la hacienda de El Puesto en La Ceja el 9 de mayo de 1826; murió en Medellín a las seis de la tarde del seis de julio de 1872 en una casa de la calle de Juananbú cerca al crucero con Carabobo. Fue hijo de Juan Ignacio Gutiérrez de Cananota Arango toro y de Inés González Villegas. El apellido Gutiérrez casi quedó extinguido pues sólo se reduce a los hijos del poeta ya que no hubo otro varón en su casa. El de González se reduce, puede decirse, a los de Rionegro y La Ceja, ya que otros apellidos González, que abundan tanto en Antioquia, pertenecen a otras ramas genealógicas.
Muy niño fue enviado al seminario de Antioquia y después a Bogotá al lado de su primo Aranzazu para estudiar en el seminario de aquella ciudad hasta concluir literatura y filosofía y después Derecho en la Universidad Nacional (Colegio de San Bartolomé) hasta recibir el grado de doctor y el título de abogado de la Suprema Corte, en 1847.
Heredó de su madre el gusto literario, pues ella conocía los clásicos españoles entre los cuales era su favorito Calderón de la Barca.
Esa herencia se acrecentó con la influencia de su primo Aranzazu, espíritu cultivado y admirador de los clásicos antiguos; y es de suponerse que en su salón que era uno de los centros literarios y políticos más brillantes de Bogotá, gustaría poner oído atento y recibiría los influjos de personas tan eminentes como Lino de Pombo, Rufino Cuervo, Joaquín Acosta, José Francisco Pereira. Contábanse entre sus condiscípulos y amigos Antonio María Pradilla, corazón amante, fisonomía distinguida y que fue probablemente el hombre más bello de esos días; Santos Gutiérrez, adusto y jovial, cuyo porvenir de fama guerrera todos preveían; Juan Salvador e Ignacio Narváez, poeta y escritor muy notable el primero; jurisconsulto eminente, sereno y triste el segundo. Narciso Gómez Valdés, de figura simpática, dulce e inteligente; FélixPulgar, festivo y amigo leal; Scipión García Herrero, de claro talento y carácter vigoroso; Francisco Malo Manzano tan estudiado y formal como amable y risueño;, precozmente blanco de canas, cada una de las cuales atribuía Januario Salgar a una retreta, rato musical que no perdió una vez en su vida; Alipio Mantilla, penetrante y cáustico; Antonio Durán, de chistosa y amena charla; Juan de Dios Restrepo, Manuel Pombo, Miguel y José María Samper, José María Rojas Garrido, Carlos Martín, José de Jesús Alviar, Manuel Vicente de la Roche, Ramón Martínez Benítez y Manuel Uribe Ángel. De todos ellos era especialmente querido y estimado Gutiérrez González por su carácter simpático y dulce y por sus ya advertidas revelaciones poéticas.
Tuvo que regresar a su hogar a terminar sus estudios por la amenaza de un aneurisma que lo asustó demasiado y que pasó pronto pero que dejó en su alma la cicatriz de la melancolía que nunca más lo abandonó.
En 1848 volvió a Antioquia en donde se dedicó a la para él tediosa tarea del foro, hasta 1850 en que contrajo matrimonio con doña Juliana Isaza Ruiz, hermana del doctor José Joaquín, más tarde obispo de Medellín. Calló entonces su musa hasta 1858, en que vino a despertarlo de su voluntario letargo su amigo el poeta Domingo Díaz Granados con su poesía “por qué no cantas?” a lo cual contestó Gutiérrez González con la hermosa composición “Por qué no canto?” “En ella culminaron, dice Camacho Roldan, la gloria y la felicidad de Gutiérrez González. La perfecta verdad, la conformidad que allí ocurrió entre el hombre y el poeta, entre el carácter del primero y la respuesta que debía dar el segundo, aseguraron una inspiración fácil, simpática, armoniosa: pero el desempeño excedió a toda esperanza por su originalidad y primor” “Consagró inmortales el nombre de Antíoco (seudónimo de Gutiérrez González) y el de su amigo Domingo Díaz Granados; la flor de batatilla y el cocuyo quedaron también, en nombre y por autoridad del genio, irrevocablemente consagrados a su autor”.
Las guerras en que intervino acabaron con su patrimonio y resolvió trasladarse a una región entre los ríos Miel y Samaná, en donde tenía una mina de muchas esperanzas. “No pintó bien la mina ni la hacienda, continúa diciendo Camacho Roldán; pero en ella halló un venero más rico que el de Potosí, ya agotado, o que el famoso moderno de Comstock en Nevada, que se agotará; halló el Poema sobre el cultivo del maíz, filón que no tendrá término en muchos siglos”. Se trasladó a Sonsón y desempeño una plaza en el tribunal superior de Antioquia.
La cualidad sobresaliente de su poesía es la verdad. No se encuentra en sus poesías una idea falsa, ni una comparación que no sea justa, ni una imagen que no corresponda al objeto que se quiere representar. No hay en él sensibilidad afectada, ni exageración en las sensaciones, y menos todavía lenguaje hinchado fuera de proporción con la altura de las impresiones recibidas por el poeta. La sencillez es una de sus grandes dotes, y ella sacrifica siempre hasta la medida o la cadencia del verso.
En el poema sobre el cultivo del maíz pone el oído atento a las voces misteriosas del bosque, traduce al lenguaje humano el mugido de las grandes aguas despeñadas, se extremece con el horror profundo de las negras cavernas, se ligó en místico himeneo con la tierra, y recibe de Ceres las espigas doradas de un alimento perpetuo e inagotables... La comparación entre la amarilla copa del guayacán, uno de los reyes de la selva, con el grano de oro que en la jagua luce, no puede ser más feliz en medio de un pueblo como el antioqueño, minero antes que todo. Toda la descripción es una mina poderosa en auríferos lechos de aluvión: los granos de oro de todos los tamaños brillan allí a porfía.
Se oye crujir el árbol acometido por el hacha cuando en graciosa curva empieza a descender; se ve el peón triunfante apoyando el cabo del arma sobre el tronco que vacila... y duda.... y cae.... y de la caída.... el trueno, a lo lejos, repetir escucha.
En materia de comparaciones, Gutiérrez es originalísimo, inspiradísimo e inspirado poeta, dice Pombo, para mostrar lo cual cita la de la madre y el niño con el altar y la ofrenda piadosa, la de la hiedra y el olmo admirable de la bóveda sepulcral con el arco del triunfo, la de la Rosa de la noche con los cocuyos y el vivac, el sin igual del gulungo y el incensario, y el sumamente gráfico de los cabellos en la frente de una joven, con el partirse de las ondas a proa de una barca, el ya proverbial de un beso, el original y ejemplar del cocuyo, y sus compañeros de la paloma a medio día y la flor de batatilla.
En Aures dejó ésta de verdad y amabilidad poéticas:

Se ve tejiendo en sus abismos hondos
Entretejido el verde carrizal,
Como de un cofre en el oscuro fondo
Los hilos enredados de un collar.

Qué enredados tan feliz, exclamaba Pombo.
Como onomatopeya es ya consagrada la siguiente estrofa:

Se escucha su chillar, que causa espasmos,
Como el chirrido de amolar cuchillos,
Cual se oyera la turba revoltosa
De mil muchachos recortando vidrios.

Como repentista no tiene superior.

Estando en Niquía, presentóse de repente a atender el servicio de la mesa una señorita de la casa, de una belleza y frescura quizá no eclipsables por bellezas foráneas. Vestida con campesina sencillez, traía su rosario al cuello, con la cruz visible sobre el pecho. Tres o cuatro amigos exigieron a Gregorio una improvisación dándole para ello las palabras seno rosario y cruz. El obedeció diciendo prestamente:

Sobre tu nevado seno
Brilla la cruz de un rosario,
Y yo, humilde nazareno.
Muriera alegre y sereno
Sobre ese hermoso calvario.

Un señor Vicente Holguín le dirigió admirado esta pregunta:...

Con u trago te has alzado, Gregorio?

Al instante continuó el poeta:

Déjame por Dios, Vicente,
Que estoy pasando actualmente
Las penas del purgatorio.

En la edición de sus poesías de 1890, en la que intervino su sobrino Emiliano Isaza, se ponen como principio y remate sus dos poesías a Julia en una de las cuales se encuentra aquella estrofa que, en concepto de Suárez, es la más bellas de todas las que escribió:

Son nuestras almas místico ruido
De dos flautas lejanas, cuyo son
En dulcísimo acorde llega unido
De la noche callada en el rumor.

Aranzazu y la vértebra fatal

Aranzazu y la vértebra fatal

Valencia, Rionegro, Medellín, Bogotá

I

El congreso está instalado en Valencia para resolver si Venezuela se separa de Colombia.
Un hombre de cultísimos modales, de dicción amena, castigada, meliflua, de encanto irresistible, rimada, cadenciosa y elegante hasta merecer que se le llamara “El Almibarado”; de hermosa y nobilísima cabeza con ojos expresivos y boca risueña, de timbre metálico en su voz, afable, gallardo, apuesto, generoso, de noble y hermosa presencia, de finos y elegantes modales y de la más exquisita urbanidad se sienta en el recinto del congreso, atento a sus deliberaciones. Es un neogranadino a quien el Ejecutivo, por mandato del Congreso admirable, “senado de reyes”, envía a someter la nueva constitución, que tiende a sostener la unidad grancolombiana.

II

En Rionegro se ve inusitada alegría: se celebra el natalicio de Córdoba, es día de Nuestra Señora de Arma de Rionegro y el doctor Jorge Gutiérrez de Lara contrae matrimonio con la señorita Estanislao Sáenz Montoya al cual concurren las más linajudas familias de aquella entonces aristocrática ciudad: Sáenz, Montoya, Salazares, Garcías, Campuzanos, etc.
Pero el ambiente huele a pólvora: el héroe de Ayacucho habla del tirano Bolívar, de acabar con su vida, de democracia, de Antioquia, sede de la libertad y de Rionegro capital del mundo republicano. La champaña, los malos consejos, sus glorias inmarcesibles le desvanecen la cabeza; y la champaña y la influencia del glorioso general inducen a los asistentes a la rebelión.
“El Almibarado”, el de los finos y elegantes modales, el enemigo de pasiones tumultuosas, de exageraciones e injusticias, de juicio tranquilo y equilibrado se acerca resueltamente al autor del grito inmortal de Ayacucho para persuadirlo de que no debe manchar los laureles aún frescos que enmarcaron su hermoso rostro, que su resentimiento puede quedar satisfecho exponiendo ante el Congreso de la República sus principios y sus quejas y que así la patria tendrá que doblar la deuda de gratitud contraída con él.
Pero el héroe se precipita...

III

Vélez en el 87, Berrío en el 64, Giraldo en el 56 gobiernan ejemplarmente a Antioquia; tan correctamente que Caro, prevenido contra ella, tiene, sin embargo, que hacer aquella sublime confesión: “No es difícil encontrar quien la gobierne bien; lo difícil es encontrar quien la gobierne mal”.
A qué se debe este fenómeno?
Es cierto que los mencionados son hombres epónimos; pero tambien es que ya había censo de población (157.517 habitantes); 69 distritos parroquiales con escuelas, vías de comunicación que, como la de Cuarcitos (Fredonia) a Caldas por el Cardal, rebajó en más de dos terceras partes los fletes; que había estímulo para el trabajo; que la vagancia, los garitos y el juego estaban proscritos y perseguidos; que los pueblos tenían templos y cementerios, muchos de ellos, como los de Fredonia, Belén e Itagüí, construidos con ayuda oficial; que se aumentaron los puentes, que había cárcel y casa municipal en Medellín, Antioquia y Santa Rosa; que ya Brugnely había enseñado química con discípulos tan aprovechados como el señor obispo José Joaquín Isaza; que la minería vivió días de esplendor. Quién encauzó en forma tal este departamento? Aranzazu secundado por su secretario Mariano Ospina Rodríguez y por el jefe político del cantón de Medellín, Gabriel Echeverri.

IV

Siendo gobernador de Antioquia don Juan de Dios Aranzazu, escribe a su amigo el general Juan María Gómez el 15 de enero de 1834: “Hace tres noches jugando quinquenio me sentí enfermo de repente”; después el 16 de abril le dice que la enfermedad consiste en “un absceso desde la espalda hasta la ingle” y que “los abscesos, la curva del espinazo es por daño de una vértebra” y que él “no sale de la casa ni de la hamaca”.
El 15 de agosto de 1836 le anuncia al general Gómez el matrimonio de Manuel (debe ser Manuel Vélez Barrientos, su huésped) y “hasta yo voy un día de estos y me arrodillo a que me echen la bendición aunque el espinazo no sea un buen chisme matrimonial y el mío no se presta a tales travesuras”. Estaba entonces en Rionegro. “Me he dejado cerrar las fuentes y estoy tomando purgantes” dice el 21 de julio de 1837, ya encargado de la secretaría (ministerio) de hacienda de Bogotá.
“Desde que puse patitas en esta ciudad sentí que el recio movimiento de una mala mula rucia no convenía a mi vértebra: el absceso al canto y molestias que le son consiguientes” escribe en abril de 1838. “Hace poco que he sufrido un ataque de vértebra, (sic) me está costando mucho trabajo convalecer; hoi me siento indispuesto i por eso termino aquí mi carta”. Al general Herrán el 11 de diciembre de 1839: “Desde mi cama, a donde me hallo hace la miseria de 40 días, voi a escribir a Ud. Comenzaré, dice el general Gómez, preguntándole por qué me ha olvidado? Porque Ud. No me ha contestado una carta que le escribí de Medellín el mes de octubre, será la respuesta; esa carta la recibí en postura horizontal i en postura horizontal me he visto muchas veces después, i no he tenido noticias muy ciertas de su paradero, i la complicación de negocios públicos i las desgracias de la patria, me han vuelto una completa máquina: esta será mi disculpa”.”...remito este posta por lo que puede importar a Ud. (Herrán) el saber que me he visto obligado a llamar al señor Caicedo para que se encargue del poder Ejecutivo. Este paso lo he dado desde el borde del sepulcro, a donde yo sabía, de antemano, que me conduciría el deseo de ser de alguna utilidad a mi patria y de ayudar en algo a la administración de 1841. Si logran todavía prolongar mi existencia (sic), la consagraré al servicio de nuestra querida patria”. 7 de octubre del 41 al general Herrán, presidente titular de la República le escribe: “Al generoso interés que Ud. Muestra por mi salud correspondo hablándole de su estado. Estoy destruido, reducido a los huesos i al pellejo, pero me creo todavía con la fuerza necesaria para soportar la fractura y supuración de unos abscesos que se han presentado: quizás antes de seis días habré sufrido una operación, i creo que desde la primera que se me haga, comenzaré a recobrar con alguna rapidez mi salud. Es esto decir que yo no creo ya que me muera, como creí en días pasados y así es la verdad”. 29 de noviembre del 41: “La enfermedad le había devorado dos o tres vértebras con grandísima prontitud y fue alcanzado de parálisis” dice Gómez Barrientos; y “recuerdo, añade Uribe Ángel, haber visto por las calles de Bogotá un joven envejecido prematuramente, apoyado en una muleta, encorvado bajo el peso de sus males y que parecía llevar penosamente su propio cadáver; y sobre ese busto carcomido, recuerdo haber visto una hermosa cabeza, nobilísima, calva, que lanzaba torrentes de elocuencia hasta en las conversaciones más triviales”.
“No obstante en los terribles dolores de su enfermedad en la columna vertebral, que por temporadas lo mantenían postrado y no obstante que “el mando no ofrecía el más ligero aliciente a la vanidad, pero sí estaba rodeado de peligros y de insuperables dificultades; nada más podía entonces esperarse del ejercicio de la autoridad que censuras injustas y violentas enemistades, odios y rencores, el descrédito o la muerte. El señor Aranzazu fue capaz de la heroica resolución de tomar, con evidente peligro de su vida, las riendas del gobierno, que como un hierro quemaba las manos que las tocaban. Su enfermedad se agravó rápidamente con el trabajo y los cuidados que la difícil situación de la República le causaban.
Postrado en cama, sufriendo los más crueles dolores, conservaba sereno su impasible firmeza; ni los sucesos adversos ni las noticias favorables lo alteraban; una serenidad moderada, pero sostenida e inflexible, dirigía todos sus actos, sin que el entusiasmo ni el temor tan común en los momentos de peligro, lo hicieron declinar un punto. Los tormentos no alteraban en lo mínimo su inteligencia serena y perspicaz, y despachaba con la entereza y facilidad con que pudiera hacerlo en el más completo estado de salud. Temíase a cada instante por su vida, y él, mejor que cualquier otro, conocía la magnitud del peligro, y todo el daño que le causaba su asidua consagración a los negocios públicos, que en aquellas circunstancias todos eran graves y urgentes; pero en semejantes circunstancias, su separación del ejercicio del poder ejecutivo habría acarreado la disociación de la república, y el valeroso ciudadano se resignó a morir por la salvación de la patria, lo que indefectiblemente hubiera sucedido si tan oportunamente no hubiera llegado el vicepresidente.
Mejorado algún poco el estado de su salud se consagró a útiles trabajos en el ramo de hacienda, varios de los cuales son hoy (escribía en 1845), con pocas alteraciones, leyes de la república. En su situación, una plaza en el consejo de estado podría haber tentado su patriotismo, pero lejos de eso fue el primero en proponer la supresión de aquel cuerpo (que consideraba un rodaje inútil y costoso) para lo cual influyó, aunque se le reeligió presidente de él, en 1843”. M. Osp. Dice: “El señor Aranzazu sigue muy enfermo, pero desde el lunes que se notó exteriormente el acceso (sic) él y el Dr. Cheyne han concebido esperanzas fundadas de su vida”. M.O.R. D.M.O.E. 5 nov. 1841.
Solía distraerse mirando las personas que pasaban por la calle; y habiendo visto doña Manuela Manrique, compadecida, le ofreció para su consuelo un libro.
Pareciéndole al paciente que no sería propio de un cumplido caballero devolverlo (e libro) sin haberlo leído, ni afirmar que lo leyó sin haberle dado un vistazo, resolvió abrirlo al acaso, y esto hecho quedó tan encantado de la celestial sabiduría que enceraba, que se propuso emprender la lectura metódica y lo saboreó por completo: era la Imitación de Cristo, y hablando de esto a su señora madre, lo llamaba mi libro de oro.
A mediados de 1844, el señor Aranzazu mandó a los padres (jesuitas) afectuoso saludo de bienvenida; dos de ellos fueron a casa del enfermo a corresponderle la visita, y desde las primeras frases que dijeron, él quedó encantado de la fina educación y afabilidad de trato de esos religiosos, uno de ellos el R. P. Francisco de San Román, con quien simpatizó tanto, que desde aquel día vino a ser su amigo íntimo, el depositario de las intimidades de su conciencia, el guía ilustrado en el camino de la vida espiritual, y el consolador de aquella alma tan largamente probada por punzantes y extraordinarios padecimientos corporales D.M.O.E.
Para la constitución de 20 de abril de 1843 se consultó entre otros ilustrados pensadores a Aranzazu el cual “estuvo algunos días andando la calle” pero “sufre un nuevo ataque vertebral que, aunque notablemente más suave que el pasado, lo mantiene otra vez sin movimiento en la hamaca, y probablemente dentro de 20 o 30 días abrirán el nuevo acceso (sic) que parece empieza a formarse”. M. Osp. 9 de junio de 1843. D.M.O.E.
En el salón del señor Aranzazu se hacía la tertulia alrededor de la hamaca en que reposaba el estadista valetudinario, cuando ya sus padecimientos no le permitían recibir sus amigos en otra posición; y frecuentaban su salón, entre otros, el señor arzobispo Mosquera, don Mariano Ospina, el Dr. Márquez, don José Rafael Mosquera, don Ignacio Gutiérrez, don Telésforo Sánchez Rendón, don Lino de Pombo, los generales Juan María Gómez y Herrán y el coronel Joaquín Acosta.
Allí solían acudir hombres de estado de la época grancolombiana, como don Luis Andrés Baralt y el doctor José Manuel Restrepo y poetas filósofos a lo don José Eusebio Caro y don Ricardo de La Parra.
El doctor Cheyne, natural de Escocia, médico de la Legión Británica y amigo de Bolívar era el más renombrado médico de Bogotá y tomó muy a pechos la asistencia de su amigo Aranzazu. “Los medicamentos que emplea son de un inglés que tiene grandes talentos, una profunda experiencia y un generoso y decidido interés por salvarme”. Nos decía Nepomuceno antes de anoche (a Telésforo y a mí) al ir a tomar el narcótico, que en la botica se espantaban con las recetas, pero que encogían los hombros y decían: “hay que despacharla porque trae la firma del doctor Cheyne”. Yo dije para mi coleto: ya descampa y llueve cigarros, y si no fuera por la confianza absoluta que tengo en tan eminente profesor, había creído anoche que era la hora de liar los corotos...” (Aranzazu a su madre).
El señor Aranzazu era de facilísimo acceso para todos y nadie salió de su presencia disgustado. Los placeres de la conversación eran su casi exclusivo goce, y su genio festivo y su imaginación poética la sazonaban con chistosas agudezas y pensamientos brillantes...
...No puede fijarse la atención sin asombro en ese contraste raro de invalidez y padecimientos, de estoica fortaleza y animación intelectual: si él pareciera un enigma, la clave se encontrará en la variedad de sus conocimientos, en sus hábitos de meditación y de trabajo, en sus robustas facultades mentales, y en un fondo inagotable de filosofía sublime que le hacía indiferente a las dolencias y superior a todas las miserias del mundo material. Y era sólo un alma fuerte aprisionada en un cuerpo enfermizo, una cabeza vigorosa dominando (sic) acerbos sufrimientos físicos lo que en medio de atenciones tan graves constituía su existencia, desgraciada y precaria para el círculo de sus amigos, animada y brillante a los ojos de la sociedad”. (Lino Pombo. D.M.O.E.).
“El timbre metálico de su voz, y su fisonomía, aunque moribunda, línea de nobleza y distinción, daban a su palabra un encanto irresistible. Las inmensas lecturas a que se entregó en sus últimos años, habían robustecido su natural talento, y su conversación además de rimada y cadenciosa, era instructiva y sustancial...” (Emiro Kastos. D.M.O.E.).
En 1844 le apareció un cáncer en la lengua y se preparó para morir como filósofo y como cristiano recibiendo con fe los sacramentos. Se necesita haber visto para formarse una idea exacta de la entereza con que sobreponía a los terribles y variados sufrimientos que sin cesar le martirizaban, pero eran insuficientes para abatirle. Conservaba en medio de ellos su cortesía y jovialidad; no había dolor alguno capaz de arrancarle una expresión descompuesta, ni combinación de sufrimientos capaz de desesperarle...
A la imperturbable serenidad del estoico reunía la resignación valerosa del cristiano... M.Osp. En su última hora se hallaban en la cabecera de su lecho, su confesor el R. P. San Román, el doctor Ospina y el general Juan María Gómez, don Telésforo Sánchez Rendón, y sus fieles servidores Nepomuceno Aranzazu (un negro inteligente y muy caballeroso) y Manuela Ruiz.
Murió “en imponente y sosegada calma”, el 14 de abril de 1845, a las cinco y media a.m. D.M.O.E.

La casa de Juan Pablo Bernal

(tomado de Las casas de La Ceja de la revista El Cocuyo)

Partiendo del crucero de la calle Gutiérrez González con la carrera Bolívar hacia el norte, la primera casa que se encuentra a mano derecha perteneció a Juan Pablo Bernal Londoño y en ella vivió muchos años y en ella murió.
Es una casa muy grande, de amplísimas piezas lo que no obsta para que el patio principal tenga corredores amplios en claustro. De pavimento de ladrillo limpísimo, tan limpio que se puede comer en él, según la frase socorrida en el pueblo, la limpieza vive allí como en su casa y el aspecto severo y señorial da la sensación de encontrarse uno en una casa que de la castiza España hubiera sido trasladada a uno de los rincones de América.
El 26 de junio de este año se cumplió el primer centenario del nacimiento de Juan Pablo, uno de los hombres más perfectamente definidos que haya producido esta población.
Fue hijo de Protasio Bernal Bernal y de Juliana Londoño Isaza y se le pondría el nombre de Juan Pablo por haber nacido el día de los santos mártires Juan y Pablo, según costumbre sostenida invariablemente por nuestros mayores de bautizar al niño e imponerle el nombre o los nombres del santo del día de su nacimiento, práctica muy conforme con el espíritu cristiano pero que por desgracia la vamos viendo desaparecer para reemplazarla por otra que sustituye a los nombres cristianos otros o de origen mitológico o tomados crudamente de lenguas extranjeras como si nuestra religión y nuestro idioma no fueran canteras inexhaustas y de veneros inagotables para extraer de allí nombres hermosos y castizos que han de servir de distintivo a hombres en la sociedad y en los fastos eternos en que los cataloga para siempre la Santa Madre Iglesia Católica.
Juan Pablo sólo tuvo tres hermanos: Pedro Antonio, Bonifacio y Juan de Dios.
Pedro Antonio fue en alguna época el mejor calígrafo que hubo en Medellín; Bonifacio murió cuando hacía estudios de Medicina; y Juan de Dios, militar pundonoroso y valiente, sucumbió dolorosamente, con el grado de capitán, el 30 de junio de 1855, en el asalto del general Cándido Tolosa a la guarnición acantonada en Rionegro, asalto que fue preludio del saqueo que debería llevarse a cabo el día siguiente en La Ceja.
Juan Pablo hizo estudios en el colegio que fundó el señor cura de La Ceja, Pbro. Dr. José Joaquín Isaza, y pasó luego al seminario de Medellín abierto el 3 de febrero de 1869 donde permaneció poco tiempo.
Las guerras civiles, enfermedad crónica de nuestra patria en el siglo pasado, lo llevaron a las llanuras del Tolima, donde, a orillas del río Cuamo, se libró del 20 al 22 de noviembre de 1876 la batalla de garrapata en la que lucharon los generales Marceliano Vélez, Antonio Basilio Cuervo y Don Abraham Moreno, como conservadores; y los generales Santos Acosta, Sergio Camargo, José María Echevarria, como liberales.
Como capellanes estuvieron los Pbros. Aparicio Gutiérrez, Clemente Guzmán, Ignacio Pineda, Eloy Rojas, Daniel Florencio Sánchez y Juan María Acosta. Los historiadores no se cansan de ponderar el cuadro de proporciones apocalípticas y de visiones dantescas que presentaba ese campo en que ninguno de los bandos ganó y en el que sólo la muerte pudo exhibir el botín del triunfo. El 21 por la noche había en el campo 1490 muertos y 800 heridos. Imagínese el lector los ríos de sangre que corrían de las arterias rotas de más de dos mil hombres y los ayes y lamentos de los heridos, desesperados por el dolor y sin tener a quien acudir porque los pocos médicos y enfermeras no tenían tiempo para atender a esa inmensa multitud de hombres despedazados y esparcidos en el campo.
Juan Pablo fue de los heridos. Recibió un balazo en ambas piernas y la bala permaneció incrustada en el fémur toda la vida. Esa bala aplastada por el choque contra el hueso se conserva en su casa todavía con religiosa veneración.
Pero la herida no fue lo peor: por el inevitable abandono de los heridos que no tenían quien los atendiera, vino la infección a la que siguió la aparición de gusanos que se alimentaban y se multiplicaban en la carne podrida.
Los auxilios y la compasión de su coterráneo Luis Llano le sirvieron para librarlo de una muerte inminente.
En esa batalla fueron compañeros suyos David Marulanda, padre de Alejandro; Valerio Carmona, de los anselmitos; Jesús Ramírez, de Guamito, a quien le quedó inutilizado un brazo; Andrés López y N. Osorio. Cuando el departamento estaba dividido en provincias desempeñó el cargo de prefecto; y hasta su muerte desempeñó por muchos años la notaría de La Ceja. Concurrió a la asamblea departamental y a la cámara de representantes.
En la batalla de Salamina en 1879, en la que el general Valentín Deaza venció a los conservadores comandados por los Cosmes (Marulanda y González) fue hecho prisionero y conducido a Medellín. Los presos pasaron por La Ceja, por la carrera de Bermúdez, amarrados con lazos por la espalda de a dos, recibiendo por todas las poblaciones del tránsito el insulto, el sarcasmo, la burla y hasta la basura.... de parte de personas pertenecientes al partido vencedor. Ese lazo lo conserva todavía su familia. Juzgamos que sería en esa batalla donde recibió el grado de coronel..
Están acordes los que lo conocieron en que su voz era de las más armoniosas que ha habido y que su ejecución de obras musicales era perfecta. El Pbro. Nacianceno Ramírez, de la familia de La Ceja, pues es nieto de Rafael Ramírez, de Patuco, es autoridad indiscutible en música. Baste saber que desde que era seminarista, hace cerca de cuarenta años, fue nombrado organista de la catedral de Medellín, para suceder nada más que al gran Gonzalo Vidal; y que en discusiones musicales venció al alemán Merz, enviado por la casa constructora del órgano de la basílica menor de Medellín. Pues bien, hemos oído decir al Padre Ramírez que no hay una voz ni una ejecución como como las de Juan Pablo: “si acaso, nos ha dicho, podrían citarse como iguales a Pedro Santamaría o al famoso médico mexicano Alfonso Ortiz Tirado”.
La iglesia parroquial de La Ceja nunca volverá a resonar con esos cantos en las salves de mayo y de la Inmaculada ni en la procesión de Once se volverán a oír las estaciones de Vidal cantadas con tanta hermosura como cuando lo hacían Juan Pablo y Alejandro Bernal.
La notaría de La Ceja y mil escritos dispersos por todas partes están atestiguando la belleza y claridad de su letra; pero no pueden mostrar la facilidad y celeridad con que lo hacía. Pensar que la pluma diminuta que ejecutó con maestría sin igual esos signos tan perfectos era dirigida magistralmente por esa mano tan grande, es casi increíble. Y resulta casi mentiroso afirmar que leía sin usar anteojos a pesar de que murió de más de setenta años.
Su distinción personal, resultado de una estatura mayor que la común con cuerpo perfectamente proporcionado, siempre vestido de negro y de andar majestuoso; y su voz tan clara y tan armoniosa comunicaba a sus discursos ese encanto y atracción cautivadora que los oyentes recibían con fruición como deliciosa cascada refrigerante.
El colegio de los Hermanos de las Escuelas Cristianas y la Congregación tuvieron en él, aún desde antes de su llegada a esta población, el sostenedor más decidido y eficaz; y cuando la incomprensión y el desdén se cernían sobre la venerable comunidad; y licuando la guerra descarada pretendía nada menos que su expulsión, él siempre estuvo de su lado no sólo con su apoyo moral sino con su presencia. Se le veía pasar las tardes en compañía de los Hermanos dialogando con ellos y como al principio muchos de ellos habían sido expulsados por el gobierno francés en los primeros años del presente siglo, la lengua usada era el francés.
Con la misma gracia, naturalidad y soltura con que cantaba una pieza religiosa o profana o escribía una hermosa página, con esa misma montaba a caballo, enlazaba un animal, leía la sentencia el Viernes santo o tocaba el tiple o la guitarra. No se le conoció vicio alguno ni aun el de fumar y si se veía en el templo con respetuoso recogimiento y oyendo la misa arrodillado desde el principio hasta el fin.
Contrajo matrimonio con la señora Carlota Bernal, descendiente del doctor Cosme Nicolás González y, por tanto, ligada con vínculos estrechos de parentesco con los doctores Gutiérrez González y Aranzazu. Entre sus hijos ha sobresalido José maría, alcalde de Medellín, gobernador de Antioquia y ministro de hacienda y de guerra; Nicolás, ingeniero como José María, que ha sido igual como oficinista y Mercedes, religiosa del carmen de La Ceja.
Entre sus nietos se cuentan los presbíteros Luis Alfonso Londoño Bernal, hijo de Juliana y Jesús Bernal Vélez, hijo de Efraín; y los jesuitas Antonio y Alfredo y Magdalena, hermana salesiana, hijos de Juan Pablo.
Su muerte acaeció el 26 de noviembre de 1926. En el centenario de su muerte “EL COCUYO” rinde un tributo emocionado a su veneranda memoria y se asocia a su familia.

La casa de Cosme Marulanda

de Las casas de La Ceja

Aunque no puede averiguarse con seguridad, sí hay datos que la casa que hoy pertenece a Gabriel Ángel Uribe y que antes fue de Nicanor Vélez, que la adquirió después de la reedificación hecha por Cesáreo Vélez perteneció al general Cosme Marulanda. Era una casa baja, a la que se entraba por un portón que daba acceso a la sala y que llegó a gran estado de abandono cuando ocurrió su reedificación. El general Marulanda nació en La Ceja el 23 de marzo de 1810.
El tronco de esta familia fue Juan Prudencio Marulanda, natural de Vizcaya en España, casado en Rionegro con Josefa Londoño Piedrahita.
Juan Prudencio fue inmensamente rico, pues poseyó lo que comprende el valle de La Ceja y además grandes propiedades en la región de la Mosca. Se refiere que en lo que es hoy la plaza de Guarne establecido el campamento de la multitud de esclavos que poseía.
Francisca, hija suya, se casó con Carlos Londoño, de quienes descienden los Londoños de La Ceja; Lucía se casó con Pedro Carvajal, capitán, que vivió en Rionegro y luego en Popayán y en Bogotá.
No sabemos si los hijos de Carvajal nacerían en La Ceja, lo que parece probable, porque en 1819 aparece uno de ellos bautizado en La Ceja. Si es así, otra hija de Pedro y de Lucía, Timotea, también nacería en La Ceja y así lo afirma Benjamín Bernal en su magnífica monografía inédita de La Ceja.
Siendo así, tendríamos que una hija de La Ceja llegó a ser mujer de un presidente de la república ya que Timotea fue la segunda mujer del general José María Obando. Como el general Obando tuvo que salir de la república cuando la guerra de los Supremos, lo siguió su mujer de debió vivir con su marido en el Perú y en Chile. Ella fue la que introdujo a Colombia las azucenas conocidas con el nombre de azucenas de Obando, que deberían cultivarse con profusión en La Ceja no sólo por su inmaculada belleza y por su valor comercial sino porque una hija de La Ceja fue afortunada en traer a nuestra patria tan hermosa flor.
También fue Timotea Carvajal de Obando la que introdujo en Colombia, trayéndolo del Perú, el cidrón, Limpia citriodora, Kunth, que contiene el aceite llamado lippiol que le da el olor a limón; esta planta tan simpática por sus propiedades calmantes del sistema nervioso y tan usada por la gente, también debería cultivarse en mayor escala.
Otra de las hijas de Juan Prudencio fue maría Josefa, soltera, que regaló los terrenos necesarios para la fundación de La Ceja y a quien se ha tenido como fundadora. Solis Moncada sostiene que el fundador fue Pantaleón Arango, médico y abogado, nacido en Santander en donde vivió su padre el doctor Juan Tomás Arango, pero que pertenece a los mismos Arango de Antioquia. Parece más acertado decir que el fundador fue Pedro Pablo Arango Ángel, primo hermano del doctor Pantaleón, porque de éste sí consta que fue juez poblador. Pedro Pablo era alcalde de Rionegro cuando legó allí el español Warleta, enviado por Morillo a la reconquista de la república y lo mandó a trabajar como peón en el camino de Sonsón a Honda. Pedro Pablo es el ascendiente de la mayor parte de los Arango de Antioquia y de Caldas y murió en La Ceja el 4 de diciembre de 1836.
Otro hijo de Juan Prudencio fue Miguel, de quien descienden los Restrepos, Tobones, Palacios y Marulandas de La Ceja. También proviene de Miguel Monseñor Jesús María Marulanda, que tuvo, como todos los de su apellido, una sindéresis reconocida en toda Antioquia.
Finalmente fue también hijo de Juan Prudencio Francisco José que se casó con Ana María González Villegas, hermana de Inés González Villegas, madre del doctor Gutiérrez González; hermana de maría Antonia González Villegas, madre del doctor Aranzazu; y hermana de José Antonio González Villegas padre del general Cosme González.
Del matrimonio de Francisco y de Ana María nació el general Cosme.
Lo que vamos a copiar del general Marulanda fue escrito por el sabio polígrafo José María Samper Agudelo, magistral biógrafo del general y de autoridad indiscutible. Sigue el doctor Samper: Apenas tenía unos catorce años cuando bajo la proyección de sus tíos don José Antonio y don Elías González fue a librar desde niño el rudo combate del trabajo, en la hacienda de Carrizales, a orillas del río Aures, entre Abejorral y Sonsón. Desde entonces su vida fue siempre la misma: vida de campesino, de agricultor, que andando el tiempo habría de ser la de un patriarca, interrumpida de cuando en cuando por grandes borrascas, es decir, cada vez que la patria lanzaba un supremo grito de angustia. Vestido a usanza de casi todos los campesinos de Antioquia, camisa de tela fuerte para el trabajo, pantalón muy resistente y algo corto y estrecho, ruana de lana, bien de tejido nacional o de paño extranjero, sombrero murrapo de copa baja y alero muy angosto y los pies desnudos cuando no calzados en alpargatas, don Cosme no se diferenciaba de sus compañeros de labor sino por el tipo, así en lo moral como en lo físico. Al ver la fisonomía y ademán de don Cosme se comprende que en sus venas se mantiene con toda la pureza la sangre española. Mediano y macizo de cuerpo, ligeramente encorvado de hombros, robusto, vigoroso y ágil, insigne caminador de a pie, fuerte para resistir penalidades y reposado en sus movimientos, tiene no solamente la estructura y complexión, sino los demás rasgos característicos de la raza aragonesa o castellana. El cabello corto y poco abundante; la frente vasta, noble y correctamente alineada, las cejas muy espesas de corte vigoroso; los ojos negros, pequeñitos, muy vivos y suspicaces, de mirar suavemente escrutador y de dulcísimo expresión, nariz algo corta y aguileña indicativa de la fuerza de voluntad y de la energía; los labios delgados, de mediana dimensión, algo comprimidos hacia adentro, , pero suavizados siempre por una sonrisa afectuosa; la piel de aquel rosado fresco que es propio de los ancianos muy blancos; el óvalo del rostro lleno, tirando a la redondez, plácido, ingenuo, enteramente apacible y sin rasgos de malicia; y en el conjunto una expresión patente de sencillez y rectitud: tal apareció a mis ojos, primero en su retrato fotográfico y después en el original, al conocer en Guaduas la fisonomía del general Marulanda. Al observarlo con atención se echaba de ver que en su alma reina la sinceridad; que su conciencia, sin recodos ni raudales, está profundamente tranquila y que es imposible salga jamás de sus labios una palabra que el mismo no tenga por verdadera y leal; habla en voz baja y suave y con mucha calma, piensa bien lo que dice y no dice sino lo estrictamente necesario. Su alma contiene no sé qué de la pureza de las auras de las verdes campiñas y brisas de las altas montañas, del silencio solemne de las breñas casi inaccesibles y de la inmaculada blancura de las nieves que se amontonan sobre los encumbrados lomos del Ruiz.
Pero hay todavía en Marulanda algo superior a la pureza de su conciencia, a la blancura y serenidad de su alma; y ese algo, que es muchísimo, porque es la suprema cualidad del ser humano y el trasunto de la idea cristiana, es su inagotable benevolencia. Si el amor al trabajo, amor instintivo y de educación, así como su gusto por la apacible vida campestre, retenían ordinariamente a don Cosme Marulanda en el fondo de sus queridas montañas los acontecimientos del mundo político le arrastraban de cuando en cuando a hacia los campamentos. En 1851 tocóle al general Borrero el grave encargo de encabezar en Antioquia la revolución. Marualnda, que había hecho las primeras armas en 1840, combatiendo como soldado voluntario y suelto, bajo las órdenes de Henao, contra los revolucionarios de entonces, había saboreado la victoria de Salamina. Tocóle en suerte sufrir en 1851 el dolor de la derrota. Los pronunciados en Manizales le aclamaron por su comandante; y él, que apenas había combatido valientemente como simple voluntario, hubo de tomar sobre sí la responsabilidad del mando militar. Marchó resueltamente hacia el norte, se incorporó en Abejorral en las tropas colectivistas de Borrero, combatió para ser vencido como los demás y una vez hecha por el coronel Henao la entrega de las armas, tornó a dedicarse a sus labores campestres, sin ingerir ni poco ni mucho en las cosas públicas. Pero en 1854 estalla en Bogotá como un golpe de estado en los cuarteles, la insurrección militar del general Melo y al punto los pueblos antioqueños, sin distinción de partidos, se armaron para combatir y extirpar la dictadura; envía al ejército del sur cuatro batallones organizados en Antioquia, Medellín, Marinilla y Salamina y preparan su reserva para una caso de necesidad. Marulanda vuelve a tomar las armas, pelea con valor en Riosucio y cando cesa el peligro vuelve otra vez a ocultarse en su hacienda.
Pero a su vez los partidos liberal y radical y el antiguo jefe militar de los conservadores se impacientan en 1860 de no tener en sus manos el poder, conciertan alianza formidable contra su propia obra, la legalidad federal establecida en 1855 a 57, y lanzan la república a la guerra civil. Marulanda sale una vez más de su hacienda como comandante del batallón Salamina; combate en Manizales con insigne arrojo contribuyendo mucho a la victoria obtenida allí por el general Posada sobre Mosquera, historia que dio motivo a la célebre “Esponsión de Manizales”; hace sucesivamente en defensa del gobierno constitucional, la campaña del sur en 1860; la del norte en el 61, peliando con porfiada energía en el Tambo y después en Playas y en Santo Domingo y otra vez la del sur, en 1862, hasta la rendición de Manizales; y donde quiera se distingue por cualidades militares sobresalientes, ora vencedor, ora vencido. Marulanda fue de los principales, siempre a la cabeza de los valerosos hijos de Salamina, en concurrir a la lucha y su oportuna llegada al memorable campo de Cascajo decidió la victoria a favor de la reacción, la cual dio por tierra con el gobierno del señor Bravo, en mucha parte impuesta por el general Mosquera. Allí obtuvo Marulanda como premio de sus notables servicios el grado de general y se le confió entonces el mando de la división “Salamina”.
Cuando en 1867 Mosquera lanzó a la república el decreto de 29 de abril, Antioquia se armó prontamente para defender el régimen constitucional que el partido liberal le había impuesto, organizando con rapidez algunas divisiones; y ya el general Marulanda se movía con la suya por la vía del Líbano hacia el norte del Tolima, cuando la conjuración casi militar del 23 de mayo volcó la dictadura, confiscando el poder federal, con un golpe de mano, a favor del radicalismo. Nueve años tuvo después de reposo el general Marulanda, pero la república está fatalmente condenada a no gozar de larga paz.
Provocada como fue la revolución por los desafueros de los gobernantes y una manifiesta usurpación del poder público, aquella estalló primero en el Cauca, donde la situación era mas tirante. En breve se generalizó la guerra civil adquiriendo formidables proporciones y Antioquia hubo de representar el primer papel en la contienda, desplegando todas sus fuerzas y encabezando en cierto modo los movimientos del partido conservador. Marulanda dejó al momento su retiro para ocupar el puesto que le correspondía. Organizó su división, marchó para el Cauca, combatió con admirable bizarría en los Chancos y luego defendió su causa hasta verla sucumbir en Manizales en 1877. La persecución de que fue víctima desde el 5 de abril de aquel año, lo obligó a retirarse a sus tierras de Plancitos, sobre la cordillera del lado del Tolima; pero queriendo aprovechar hasta su desgracia para hacer bien, se aplicó a fundar con sus colonos y compañeros de infortunio una nueva población, que luego fue designada con el nombre de Aldea de Marulanda. Candoroso en su patriotismo, crédulo por carácter y por deseo del bien, dejóse alucinar por falaces promesas que en breve habrían de ser desmentidas por los hechos; y perdiendo la esperanza de una reivindicación del derecho, fundada en los recursos de la paz, se lanzó en la desastrosa reacción de 1879. La lucha fue de corta duración y en todas partes desgraciada para los conservadores antioqueños y como de costumbre tocó en suerte a Marulanda ser de los primeros en tomar las armas y de los últimos en rendirlas. El combate que sostuvo en Salamina con 200 hombres mal armados resto de su división contra 600 soldados aguerridos, fue verdaderamente heroico y en él, peleando sin esperanza alguna, dio las últimas pruebas de aquel valor tranquilo y sereno, de aquella entereza de alma y grandeza de abnegación que le han distinguido en todos sus conflictos militares.
El tiene en medio de la común debilidad la invencible fuerza de un carácter templado por la virilidad y de una conciencia satisfecha de su obra. La vida militar del general Marulanda fue tan bella y pura como la vida privada.
Murió el 24 de noviembre de 1887 en la población de Marulanda, la cual había fundado doce años antes. El congreso de 1926 decretó un busto del general Marulanda en la población citada.

El Higuerillo

Linneo lo denominó Ricinos Communis. El nombre Ricinos es latino pero no se sabe de donde proviene; pero sí que significa garrapata, quizás por la semejanza que tiene la semilla con este animal.
Pertenece a la familia de las euforbiáceas y al género Ricinos.
Se conocen muchas variedades entre ellas el Recinus vulgaris de Mill, el cummunis sanguineus por tener las hojas de color de sangre; el communis veridis que tiene los pecíolos verdes con manchas; el communis inermes que produce cajas sin espinas; el risinus minorus maurus, encontrado por Mauro Hernández Mesa en Neiva y dedicado a él por Claer.
En cuanto a nombres vulgares, se llama higuereta en las Antillas; tartago en Venezuela, karpata en Curazao, palmacristi en España en donde también se le da el nombre de cherva proveniente del árabe jerga; y en inglés castor-oil.
Dice muy acertadamente Joaquín Antonio Uribe, citando a Caldas, que el higuerillo es de aquellas plantas “que no se ven jamás separadas del hombre; compañeras fieles que le siguen por todas partes y aborrecen los desiertos”.
Las semillas producen aceite, que ha sido extraído y usado entre nosotros a través de muchas generaciones para las necesidades domésticas, cuando la vida era más estrecha, menor la comodidad y por consiguiente todas las necesidades se remediaban con recursos caseros. Ese aceite ha servido indefinidamente para satisfacer las devociones de los hogares cristianos que han sostenido perennemente lámparas votivas delante de los santos más queridos de la familia y aún hoy es frecuente verla delante de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús.
En tiempos remotos, quizás cuando ni el aceite se extraía, las semillas ensartadas sirvieron de bujías para ayudar al trabajo en las primeras horas de la noche.
Durante más de cuatro siglos sin interrupción ha sido de día y de noche la lámpara de aceite la compañera del Santísimo Sacramento del Altar ardiéndose y consumiéndose delante de todos los sagrarios de nuestra patria y sin duda de otras naciones americanas.
El aceite de ricino contiene materias minerales, ácido málico, azúcar, albuminoides, celulosa y ácido ricinólico.
El aceite de ricino es remedio eficaz contra las inflamaciones del canal gastrointestinal y de las mucosas. El ruso Seidtil lo aconseja contra las diarreas a la dosis de una cucharada cada tres horas.
Se emplea frecuentemente como purgante.
La tintura preparada con una parte de aceite y tres de alcohol de 40º se emplea en el malestar del cuerpo con quebrantamiento de las fuerzas; en los sueños cortos con sobresalto; en las fiebres cuando la piel se siente ardiente y hay ligera transpiración; cuando tiene uno la cabeza pesada; cuando las encías están hinchadas y ulceradas; en los dolores de estómago por gases; en el reumatismo cuando hay ligeros dolores en tronco y en los miembros.
Las hojas ligeramente suasadas se emplean en cataplasmas contra las inflamaciones.
De la cáscara del tallo se saca una fibra que puede reemplazar el cáñamo.

Dedicatoria

Por Pbro. Antonio Ángel V.

Amado Padre Nazario, reverendos Hermanos, Señores:
La sociedad de ex alumnos del Colegio Gutiérrez González, nos reunimos aquí bajo los auspicios de la Santísima Virgen de Chiquinquirá, para dar cumplimiento a los dispuesto en el Acta Nº 5, del mes de junio de 1953, la que en uno de sus apartes dice textualmente: Sugerencia primera. A consideración fue presentada una, por el ser. José Ángel U. en el sentido de crear por la Sodalce, la medalla al Mérito, por grandes servicios prestados a la Comunidad de los Rdos. Hnos. Discutida ésta, en una y otra forma, se aprobó y se acordó que ésta se creace y que su adjudicación fuese hecha por la Sociedad en una fecha acordada por ella, no siendo únicamente para un exalumno o alumno, sino que puede ser, para uno de los mejores benefactores del Colegio. Posterirmente en la reunión del 5 de febrero de 1954, la Sociedad acordó por unanimidad, conferir dicha distinción a vos Padre Nazario, porque habéis llenado plenamente el ideal de aquellos que la crearon.
Vos sois el primer cejeño exaltado a la dignidad sacerdotal, cuya formación se inició en este colegio, primer Presidente de ls Sodalce, Profesor profundo, escritor correcto, etc., etc.
Era el año 1901, cuando llegaron los Hermanos a La Ceja, merced a la generosidad de la Señorita Genoveva Jaramillo, a los esfuerzos del Padre Tiberio de J. Salazar y de otras personas que con generosidad y abnegación colaboraron con él.
La joven institución fue severamente probada por la Providencia, pero con la piedad y abnegación que le son propias, logró triunfar. Pasados 18 años de ruda labor, empezó al fin la exuberante cosecha.
Cuánta no sería la alegría e íntima satisfacción de vuestros formadores, de vuestros buenos y piadosos padres, familiares y amigos cuando en la mañana del 5 de abril de 1.919, el pontífice tomando vuestras manos entre las suyas, las consagró con el óleo santo y sucesivamente os fue confiriendo el poder de celebrar la Santa Misa, tam pro vivis pro defunctis, de perdonar los pecados, de bendecir y predicar? Por el hecho mismo fuisteis transformado en otro Cristo y os colocasteis a la cabeza de otros muchos cejeños que con el tiempo habríamos de seguir vuestro ejemplo consagrándonos al Señor.
Vuestro ministerio Sacerdotal lo habeis ejercido con lujo de competencia y de piedad, ya como coadjutor en las parroquias de Abejorral y de Sonsó, ya como párroco en Girardota, Rionegro y Retiro amen de otros cargos, en los que os habéis captado el cariño y la admiración de todos, por vuestra aquilatada piedad, por vuestra atrayente sencillez, por vuestro singular dón de gentes y de una manera especial, por vuestra erudición profunda y universal.
Con celo infatigable, os habeis propuesto cumplir el precepto del espíritu santo expresado por Malaquías con las siguientes palabras: “labia enim Sacerdotis custodien Scienciam” (2-7). Que los labios del sacerdote guarden la ciencia, tanto os habeis afanado por adquirirla y comunicarla, que fácilmente podemos poner en vuestros labios las palabras del sabio: “Por esto oré y me fue dada la prudencia. Invoqué al Señor y vino sobre mí el espíritu de sabiduría, y la preferí a los cetros y a los tronos y en comparación con ella tuve en nada la riqueza. No la comparé a las piedras preciosas, porque todo el oro ante ella es un grano de arena, y como el lodo, la plata ante ella. La amé más que a la salud y a la hermosura y antepuse a la luz su posesión, porque el resplandor que de ella brota es inextinguible. Yo me gocé en todos estos bienes porque es la sabiduría quien los trae, pero ignoraba que ella fuese la madre de todos. Sin engaño la aprendí y sin envidia la comunico y a nadie escondo sus riquezas”. (Sab 7-7).
Apenas estudiante, empezasteis a comunicar la ciencia, en brillante profesorado entre vuestros mismos compañeros, para continuarlo después en ambas universidades y principales colegios de Antioquia. Habéis dictado con competencia insuperables las más difíciles asignaturas: el latín clásico y la física, las matemáticas y el hebreo, el francés, el inglés, la historia de Colombia, materia en la cual domináis las fechas de los acontecimientos y las genealogías de los personajes.
A pesar de vuestra modestia, habéis colaborado con éxito rotundo, en los mejores periódicos y revistas, siendo vuestros favoritos la revista de la Universidad Pontificia Bolivariana, el boletín Arquidiocesano, que bajo vuestra experta dirección ha resucitado pleno de actualidad y de interés. La revista “Sé Apóstol”, el Boletín del Seminario, y además de otros muchos habéis sido el alma de nuestra bella revista “El Cocuyo” que tanto lustre está dando a nuestro Colegio y a nuestra querida patria chica.
En esos magistrales artículos, no sabe el lector qué admirar más, si la variedad de las materias que trata, o la profundidad y la belleza de la forma, comparable solamente con la de los clásicos de la edad de oro.
Pero si es deleitable leer vuestros escritos, no menos sabroso es escuchar vuestras conversaciones. Ellas son como una cascada de ciencia. Con el mismo esfuerzo que os exige una alegre y sonora carcajada, pasáis a hablar, de una a otra materia, alternando con admiración os más diversos temas como son: la filosofía, la botánica, la historia, etc., etc.
Ellas son modelo acabado de lo que los pedagogos han llamado centros de interés.
Quiera Dios conservarnos muchos años al Padre Nazario, para que nos siga deleitando con su ciencia y dirigiendo con su sapientísimo consejo.
Idea genial fue la de los Rdos. Hermanos, Alejandro y Abel, de fundar una asociación de antiguos alumnos del Colegio. Su conveniencia salta a la vista.
Verificada la primera reunión, por aclamación nombramos al Padre Nazario su primer Presidente, puesto que aceptasteis agradecido y desempeñasteis con solicitud digna de imitarse. Erais matemáticamente puntual a las reuniones y para hacer éstas más amenas y atrayentes, dictabais siempre una erudita conferencia. Desempeñabais las comisiones que se os encomendaban con pulquérrimo esmero. Después de vuestra separación, nos habéis seguido estimulando para que ella prospere.
Finalmente amado Padre, acepte éste homenaje, sencillo pero cordial y tributado a vuestro Sacerdocio, a vuestra ciencia y a vuestros incontables méritos.
No hemos querido manifestaros nuestra admiración, cariño y gratitud, sólo con palabras sino con una íntima satisfacción prenderemos en vuestro pecho la primera medalla del mérito establecida por nuestra Sociedad, para conferirla a sus grandes servidores. Esperamos que ella sea para vos, augurio de otros muchos triunfos y coronas. He dicho.

Contestación

Señor Presidente de la SODALCE, Reverendos Hermanos, señores:
Aunque la expresión “botar pólvora en gallinazos” me parece adecuada a pesar de haberla corregido Isaza, quiero repetirla en las actuales circunstancias porque acomoda como anillo al dedo. Es que el señor Presidente se ha desatado en un cúmulo de bellas frases que delatan su noble corazón pero traicionan su entendimiento para no dejarlo ver el blanco a que iban dirigidas. En tales circunstancias considero como un honor inmerecido el que la SODALCE acaba de discernirme y que hubieran llevado con mayor justicia y merecimiento tantas personas merecedoras, ellas sí, de tan altísimo homenaje.
Hace dos años que culminó la creación de esta Sociedad de elementos tan distinguidos y que tanta honra dan a esta población; me complace el haber tenido el gusto de asistir a su instalación y haber seguido formando parte de tan simpática asociación.
De ella salió la iniciativa de “EL COCUYO”, revista cultural y de divulgación no sólo de los valores humanos de esta tierra sino también de principios básicos de los conocimientos indispensables en los individuos lo mismo que de lecturas amenas de todo género, locuaz lleva a los hogares lectura sana y útil y despierta en los ausentes el recuerdo de su tierra y les infunde complacencia por lo que vale su solar nativo.
“EL COCUYO” va lenta pero seguramente derramando luz y disipando tinieblas y su vida, si la SODALCE lo quiere, durará mientras haya algo qué hablar de La Ceja o algún conocimiento útil que él no haya divulgado.
En materia de cooperación, la SODALCE, ha oído iniciativas, ha despertado curiosidad y ha llegado ha hacer cristalizar la primera iniciativa en este sentido consistente en mostrar a las gentes cómo la asociación puede traer grandes bienes a la sociedad y procurarles un medio de proveer a sus necesidades y a las de su familia.
La historia de La Ceja ha de seguir siendo preocupación constante de la sociedad.
Los ejemplos que nos legaron nuestros mayores no pueden quedar sepultados en el olvido. Como ejemplo de convertidos tenemos la figura esclarecida y nunca bien ponderada de Juan de Dios Aranzazu, tan grande como gobernador de Antioquia que puede equipararse con Giraldo y Berrío y como presidente no le van en zaga ni la habilidad de Mallarino, ni la pulcritud administrativa de Carlos E. Restrepo ni la austeridad republicana de Miguel Antonio Caro.
Si de sus asuntos religiosas se trata, tenemos los ejemplos de grandes penitentes, de costumbres ceñidas a las más estricta moral o a las disposiciones oficiales del en otra época cabildo parroquial que obligaba a sus miembros a asistir en corporación a las ceremonias de Jueves y Viernes santo y a la fiesta y octava del Corpus Christi.
Si observamos las artes de la guerra, nos salen al encuentro las figuras destacadas de los Cosmes (Marulanda y González) para quienes no se hicieron las balas; las de Juan de Dios y Juan Pablo Bernal héroes en Rionegro y Garrapata; la de Elías González, vencedor en Salamina; la de Antonio López, el más antiguo militar de La Ceja, que con Córdoba salió de Rionegro para unirse con Nariño en Ibagué y seguir al Cauca y cubrirse de gloria en Palacé, Calibío, Juanambú, Tacines, y Cebollas; la de Ramundo Orozco, que militó al lado de Bolivar; las de Escolástico Marulanda, Valerio Carmona, David Marulanda, Luis Llano y tantos más que deben quedar en nuestra Revista para ejemplo de las generaciones que nos sucedan. Pero no sólo a la historia deben extenderse las aspiraciones de la SODALCE: hay aquí cultivos que deben incrementarse hasta lo sumo; nuestro valle es llamado con justa razón paradisíaco; mi aspiración sería que los colores de las flores ostentaran su magnificencia hasta tal punto que esto fuera un solo jardín; que como en los Estados Unidos hasta las plantas industriales, como el algodón, las nuestras, siquiera las de flores, brillaran en profusión por la magnificencia de los colores; que como a Holanda o a las Bermudas, se pudiera llamar esta tierra un solo jardín que ostentara su lujuriosa vegetación por todo el valle como en esas naciones cubre todo su territorio.
No se me quita la idea de que las pequeñas industrias, las domésticas, debieran tener un asiento con profusión en todas las clases de la sociedad. Existe con sede en Medellín la Acopi; pues nosotros podríamos formar una pequeña Acopi que fomentara el trabajo y diera pan y ocupación a muchísimas personas de ambos sexos.
Perdonadme, señores, estas frases salidas de profunda estimación por nuestra tierra y por sus habitantes; no las toméis como sueños de un iluso sino como vehemente anhelo de superación.
Acepto agradecido el homenaje que me tributáis aunque no lo merezco; lamento no poder compartir los conceptos tan bien intencionados del señor presidente respecto a mi persona y os digo lo que un insigne escritor español le dijo a Cuervo cuando leyó un ejemplar de las Apuntaciones Críticas donde el insigne filólogo colombiano lo cita con mucha frecuencia. “Dios os pague vuestra bondad, Dios os perdone vuestro yerro”.