El Pobre

A través de negros y encrespados nubarrones de pesar y de amargura va un ser doliente apesarado y triste a quien el mísero destino lo ha impulsado a vivir con el auxilio de aquél que tiene dinero y caridad.
Ese ser sólo lleva el recuerdo de sus "idos y" muertos placeres: placeres y alegrías que le trajo su vida de inocente, cuando con las ilusiones de niño pensaba en un porvenir de trabajos, mas no de desventuras; ese que admira los escombros de su pasado, tuvo también momentos de tranquilidad y de consuelo.
Ese ser anda por el mundo con sus plantas ensangrentadas y su cuerpo despedazado, sino por hondas heridas, si por males de todos conocidos y que son verdaderos manantiales de pobreza;va buscando no la riqueza de que hace ostentación el rico pero sí, el necesario sustento para mantener su desdichada vida. Pero ¡ay! cuantas veces con sus trabajos y sinsabores no encuentra su deseado anhelo. Hay casos en que tiene que tomar el amargo contenido de su copa que encierra las decepciones de la vida, pues sin hallar la mano bondadosa de un bienhechor que calme su desgracia, se entrega al sueño, rendido por la fatiga y los dolores. Este, que a menudo guarda la resignación de un santo, continúa con todo su denuedo el camino de penas y sacrificios, esperando cambiar las faenas de mendigo por el profundo silencio de las tumbas.
En La Ceja donde el amor a la caridad no tiene límites, donde este desventurado halla alivio y compasión, no verá nunca desgracias si acaso lo hacen con fe en lo que Cristo enseña.

Oscureciendo

Hallábame sólo en una de esas fértiles vegas de La Ceja, tranquilo y sosegado, contemplando el panorama de un risueño atardecer: la calma de la naturaleza tenía eco en mí corazón. Todo era apacible y sereno; los ultimos rayos del sol muriente permitían ver aún los erguidos árboles que al rededor se destacaban y que mecidos suavemente por el viento, guardaban la morada de aquellos que, a su vez, lanzaban su último canto de despedida a los ardores del día para descanzar en el hondo silencio de la noche y dormir bajo el manto de los cielos. Este apacible y sereno atardecer iba cambiando.
El sol cada vez más opaco producía una sombra que hizo germinar en lo profundo de mi alma el pensameniento de que pronto llegaría una soledad tal vez oscura y peligrosa. Tomé la resolución de marcharme, pero era tarde. El camino largo y despoblado, el instantáneo cambiar de la naturaleza y el horrible miedo que infunde el misterio de una noche a un niño sin compañía y sin amparo, desvanecieron mis ánimos y caí desfallecido sobre la mullida hierba tiritando de frío y llorando de temor. Pasó la noche sin saberlo cómo, y luego despertando con la aurora, recordé que había seres que me amaban y que estarían buscándome: hacia ellos me dirigí lo más pronto posible, y los hallé desesperados creyendo que su hijo era víctima de la ingratitud y el desprendimiento, o quizá de la misma muerte.
En aquel terminar de bella aurora que, con el sol, volaba, enamorada, pensaba no con mi niñez mas sí con la ambición del prudente, en el atardecer de esta corta vida formando ilusiones en el pensamiento con infinito divagar. Como todo esto fué interrumpido por el sueño cuando hubo pasado: contemplaciones, ensueños y temores, me detuvo a meditar cómo y dónde contemplaba el panorama de la vida; si en el borrascoso lugar de la inmundicia, donde todo lo que se ve y se anhela no es sino mentira y vanidad, o en el sendero seguro del trabajo y la virtud donde toda esperanza tiene realidades positivas de felicidad temporal y eterna.

Algo sobre el trabajo

El Señor dijo: "Ganarás el pan con el sudor de tu frente" y fué entonces cuando la humanidad cargó con las desgracias. El mundo sediento de placer y de alegría, representado en la figura de Adán, reclinó la cabeza sin experiencia en la engañadora mole del placer, irritando así la infinita Justicia, que creó, a concecuencia del pecado, un volcán perpetuo que arroja en sus erupciones sólo mentiras, castigos de las humanas culpas.
En ese momento se cerró para siempre el alba que estaba llena de tranquilidad y de dicha; esa alba que traía la amenidad al deleite puro de nuestros corazones.
El mundo al ver perdidos sus primeros encantos y dones, quiso entregarse al sueño del edén y a las revueltas olas de su destino, sin pensar en el abismo que se preparaba. Contando con su audacia o su ventura, buscó el lugar donde reina la soledad con sus tinieblas, para continuar la vida del despreocupado. Pero allí también arrimó el Poderoso y, con la voz del ofendido, lanzó la frase que sujetara el vil orgullo humano. Desde entonces la sentencia del trabajo mostró lo ilimitado de la sabiduría divina.
A todos nos quedó la herencia del trabajo y con ella andamos tranquilos el camino de la vida.
Pero ¿cómo es que sometidos con él la esfinge, monstruo de los sufrimientos, se ven en nuestra sociedad jóvenes que sólo pasan el tiempo en los cafés, entregados al ocio, esa carcoma de los buenos sentimientos, sin recordar siquiera lo sagrado de la sentencia dada al primer hombre, sin pensar en su porvenir, sin parar mientes en que el holgazán termina en la miseria?
Ejemplos tenemos de laboriosidad y de luchas por la vida en nuestros rústicos labriegos, que, con sus acerados músculos, hicieron la tierra para depositar en ella la semilla que les brindará el fruto prometido.
Los que se deslizan por la fácil pendiente de la desidia y del vicio se preparan un triste porvenir y los graneros del hombre laborioso se verán repletos con las bendiciones del cielo.