Algo sobre el trabajo

El Señor dijo: "Ganarás el pan con el sudor de tu frente" y fué entonces cuando la humanidad cargó con las desgracias. El mundo sediento de placer y de alegría, representado en la figura de Adán, reclinó la cabeza sin experiencia en la engañadora mole del placer, irritando así la infinita Justicia, que creó, a concecuencia del pecado, un volcán perpetuo que arroja en sus erupciones sólo mentiras, castigos de las humanas culpas.
En ese momento se cerró para siempre el alba que estaba llena de tranquilidad y de dicha; esa alba que traía la amenidad al deleite puro de nuestros corazones.
El mundo al ver perdidos sus primeros encantos y dones, quiso entregarse al sueño del edén y a las revueltas olas de su destino, sin pensar en el abismo que se preparaba. Contando con su audacia o su ventura, buscó el lugar donde reina la soledad con sus tinieblas, para continuar la vida del despreocupado. Pero allí también arrimó el Poderoso y, con la voz del ofendido, lanzó la frase que sujetara el vil orgullo humano. Desde entonces la sentencia del trabajo mostró lo ilimitado de la sabiduría divina.
A todos nos quedó la herencia del trabajo y con ella andamos tranquilos el camino de la vida.
Pero ¿cómo es que sometidos con él la esfinge, monstruo de los sufrimientos, se ven en nuestra sociedad jóvenes que sólo pasan el tiempo en los cafés, entregados al ocio, esa carcoma de los buenos sentimientos, sin recordar siquiera lo sagrado de la sentencia dada al primer hombre, sin pensar en su porvenir, sin parar mientes en que el holgazán termina en la miseria?
Ejemplos tenemos de laboriosidad y de luchas por la vida en nuestros rústicos labriegos, que, con sus acerados músculos, hicieron la tierra para depositar en ella la semilla que les brindará el fruto prometido.
Los que se deslizan por la fácil pendiente de la desidia y del vicio se preparan un triste porvenir y los graneros del hombre laborioso se verán repletos con las bendiciones del cielo.