Cejeños de nacimiento

Personas nacidas en La Ceja se quejan de que “forasteros” se han tomado la dirección del pueblo y que, con OPINIÓN CEJEÑA a la cabeza, quieren dirigir las actividades públicas y políticas de La Ceja y desean fundar un nuevo periódico.
A los cejeños de nacimiento les puedo decir que ya somos nosotros los forasteros en nuestro pueblo. La electrificación, las flores, la industria y el comercio han transformado al pueblo pastoril de los años 20, cuando se pagaban diezmo en cargas de maíz y papa, en un pueblo pujante y dinámico que no se quiere quedar atrás.
En la década del 30 al 40, para los que llegaron tarde, como en las tiras cómicas, las familias que ocupaban “el marco” de la plaza eran, perdonando cualquier error, las siguientes, partiendo del templo parroquial: Orozco Valencia, P. Gonzalo Londoño Jaramillo (de Sonsón), Botero Arango, Vélez Bernal, Toro Botero, Rodríguez Valencia, Maya Uribe, Jaramillo Bernal, Botero Londoño, Elejalde Elejalde, Maya Bernal, Botero Arellano, Vélez Mejía, Vélez González, Vélez Roldán, Vélez Londoño, Vélez Correa, Uribe Palacio, Uribe Vélez, Maya Bernal, Vélez Ángel, Botero Vélez. Definitivamente, cada apellido tiene su década, como cada naranjo su cosecha.
Hoy, en lo público, religioso y periodístico, tenemos apellidos tan exóticos para esa época, como Turbay, Ceballos, Llano, Soto, Vásquez, Tamayo, Fernández, Pinzón, Serna, Neira, Quintero, Peña, Alzate, Naranjo, Cano, Araque, y como dice nuestro Pre, pare de contar.
Otra cosa son los hijos putativos, aquellos que en su soberbia de poder declaran ser hijos de La Ceja, como el general Rojas y el ex ministro González; aquellos que por tener un vínculo familiar se creen cejeños y no hacen nada por su pueblo, cada quien los conoce.
La Colonia Cejeña en Medellín está empeñada en hacer un censo de los cejeños de nacimiento, que están fuera de su terruño, y de sus descendientes que se declaren cejeños. Porque aquí, como en la vida, unos nacen, otros se hacen y otros son. Hay muchos jóvenes de ascendencia cejeña que con orgullo sacan la cédula de La Ceja y lo dicen con honor.
La fundación de otro periódico, magnífico. Ciudad que se respete tiene varios periódicos.
No diga que es cejeño, diga en cambio qué bien ha hecho a su pueblo.

Tomado de Opinión Cejeña, Mayo 1985.

Los Anselmitos

Para ningún cejeño y no ocas parejas de recien casados éste es un nombre grato al oído y al recuerdo.
Los sobrenombres y diminutivos usados en estos artículos no son apodos despectivos, son de usanza en los pueblos, y de muchas personas del común de la gente no conoce el nombre de pila.
En el siglo pasado (XIX), Anselmo Carmona casó con Concepción Marulanda, y se estableció en un lote de terreno, al sur oriente de la población, distante unos tres kilómetros, por el camino de la Unión, en la margen izquierda. Los linderos aproximados eran los siguientes: De un punto sobre el puente de la quebrada Lomitas, hacia el norte, hasta donde la quebrada cambia el rumbo noroeste; de este punto hacia el oriente, hasta encontrar las primeras estribaciones de la cordillera y de allí, hacia el sur, hasta encontrar un punto en el camino mencionado, unos dos kilómetros del punto de partida. Los vecinos de ese bloque de tierra eran; finca de doña Elvira Abad de González; finca El Carmelo; Filo Bonito, del Dr. Braulio Mejía J.; finca de don Pedro Uribe Arango, estaban en ese lote, además, las señoras Llano, Benjamín Toro y el maestro Félix Valencia, padre de María S. Valencia.
Los hijos de Anselmo y Concepción fueron en su orden, Valerio, Wenceslao, Demetrio, María Juana, Sara y Francisco.
Anselmo Carmona y sus hijos fueron magníficos agricultores, no de otra manera se explica cómo pudieron levantar una numerosa familia y edificar y conservar sus casas en un estado de limpieza y pulcritud que era admiración de propios y extraños.
A principios de este siglo, Anselmo hizo la primera parcelación de tierras a sus hijos, quienes a su vez a hicieron a sus descendientes, formando casi un pueblo, juntos pero no revueltos.
Hoy se puede decir, con Gutiérrez González, en “Aures”:
“Hoy también de ese techo se levanta
Blanco-azulado el humo del hogar;
Ya ese fuego lo enciende mano extraña,
Ya es ajena la casa paternal”.

Por la década del 30 al 40, los Carmonitas tenían sus casas así: Valerio era un hombre serio, pero muy tolerante con nosotros, muchachos inquietos y dañinos; tenía su casa en el extremo oriental, cerca de la cordillera. Pedro, con cariño lo llamábamos Perucho, ocupaba la casa paterna, con un patio empedrado y cercado con tapias. No se olvidan los mangos matasanos ni las naranjas del patio. Vencelaíto vivía en la casa más cerca al camino. El P. Jesús María Piedrahita, cura que fue de La Ceja por 37 años, pasaba allí sus temporadas de descanso y en esa casa murió, y acondicionó una capilla que dedicó a M. Señora de Lourdes, nombre que le dieron a la vereda, pero originalmente su nombre fue Lomitas, por las ondulaciones geológicas. Demetrio, el maestro ebanista, la construcción del templo del Carmen fue dirigida por él y es modelo de artesanía, cuando no se conocían las máquinas para madera. Su casa erala que hoy ocupa la Guardería Canguro. María Juana, “Juanita”, vivía en la Casa del Pino, cerca de la casa madre; nadie olvida a sus hijas solteras, Pachita y Juana María Toro. Sara casó con un señor de Santa Bárbara y nunca vivió en La Ceja. Francisco, “Pachito”, la localización de su casa cerca de la de Demetrio tiene una panorámica sin igual (hoy de la familia López).
Quienes conocimos a los patriarcas hijos de Anselmo Carmona no podemos olvidar su risa franca, sonora y honrada.
Para los que no creen en la herencia humana, aquí se presenta un caso que lo confirma.
En el curato del P. Piedrahita, el organista era don Samuel Bernal P. , padre de Manuel J. y sus hermanos maestros y como únicos cantores estuvieron Miguel, “Miguelito”, hijo de Wenceslao, y Salvador, hijo de Demetrio. Miguel tenía voz de tenor, y Salvador de barítono, con tendencia al bajo. En semana santa y algunas fiestas acompañaban, con la flauta, Suso garcía; el violín, Antonio Bedoya, y la corneta, Ramón Arturo Valencia; además, el Dr. Fernándo RestrepoL., cuando era estudiante de medicina. Nadie olvida a Stabat Mater y las Estaciones de Vidal, ejecutadas por este conjunto. Un coro móvil en Semana Santa, estaba formado por descendientes de Anselmo, entre ellos, que recuerde, Elena, hija de Pedro, y Arturo Toro, matriculado como “Caruso” con toda propiedad. Los hijos de Arturo formaron el trío Oropel, sobre el cual sobra cualquier comentario.
La familia Carmona tenía, entre sus muchas actividades religiosas, el arreglo de El Calvario el Viernes Santo. Desde temprano se traían sauces, eucaliptos, pinos etc., para cubrir totalmente el altar parroquial y dar fondo a El Calvario. El olor que la iglesia tenía ese día, con lo que hoy se llamaría crimen ecológico, no se puede olvidar.
El P. Mario Toro Rodríguez, fundador y párroco de la segunda Parroquia de La Ceja, y el actual alcalde municipal, Dr. Mario José Cardona Toro, son, con esos apellidos, “Anselmitos”. Hasta pronto.

Jesuitas cejeños

En el año del centenario del Colegio San Ignacio, de Medellín, vale la pena relacionar la vinculación que la Compañía de Jesús ha tenido con La Ceja, los jesuitas cejeños y los exalumnos ignacianos. Por el año de 1928, los jesuitas tuvieron la primera propiedad en La Ceja. Compraron la finca El Jordán al señor Ricardo Maya; posteriormente compraron la finca San José, en Chaparral, al Dr. Braulio Henao Mejía, finca que aún conservan para las vacaciones de la comunidad. Hacia 1950 compraron La Floresta, finca de Francisco Vélez A. y L Sabaneta al Dr. Eliseo Velásquez M. En La Floresta edificaron el noviciado san Estanislao de Koska, de tal magnitud, que a la llegada de crisis de vocaciones sacerdotales quedó vacío, y hubo que trasladarlo a Medellín, en edificios modestos, por la Cínica Cardiovascular Santa María. Este edificio y parte de la tierra fueron vendidos a Prosocial, y el ex ministro González Mosquera, “cejeño emérito”, prometió convertirlo en el Sena-La Ceja, pero hasta allí llegaron sus intenciones. Parte de La Floresta y La Sabaneta fueron vendidas hace algunos años a Horizontes.
Le quedaron a la Compañía, en La Ceja, la finca San José y la Casa de ejercicios La Colombiere, con un magnífico trabajo espiritual.
Todo niño acólito de la Parroquia que, bajo la dirección del sacristán, señor Alejandro Marulanda, llegaba la juventud, y al cual el P. Gonzalo Londoño ponía los ojos pasaba al Seminario, y puede decirse que el 90% de los sacerdotes cejeños fueron acólitos, pertenecen al clero secular y varias comunidades, pero sólo en 1934 salieron los primeros cejeños a estudiar en la Compañía de Jesús.
Fueron ellos Alberto Maya Bernal (Papeto), hijo de carlos y María, y Antonio Bernal Londoño, hijo de Juan Pablo y Rosa María. Unos meses después salieron Gabriel Ángel Uribe, Donato Duque Patiño y Jesús María Londoño. Los primeros salieron en un viaje expreso del Zahorí, conducido por el Mono Toro y fabricado en los talleres de Bernardo Cardona y su hijo Max, con los herrajes de Rogelio Chica.
Luégo el viaje se hacía de Medellín a Puerto Berrío, en tren, barco a Salgar, y tren a Albán, Bogotá y Santa Rosa de Viterbo.
De estos cinco aspirantes, sólo hizo toda su carrera sacerdotal el P. Antonio Bernal, Alberto Maya por tragedia familiar, se retiró de la Compañía, y después de salvar múltiples obstáculos volvió y está de hermano coadjutor de la Compañía. Donato Duque terminó abogacía en la Bolivariana, Jesús María Londoño volvió a La Ceja, lo mismo que Gabriel Ángel, y fue bien poco lo que le aprendió a la Compañía.
Posteriormente entraron a la Compañía, y permanecieron en ella, os siguientes hijos de La Ceja o hijos de padres cejeños: Jaime Vélez Correa, hijo de Gonzalo y Paulina; Fernando Londoño Bernal, hijo de Joaquín Emilio y Juliana; Germán Bernal Londoño, hijo de Juan Pablo y Rosa María, recientemente fallecido; Eugenio Montoya Arango, hijo de Manuel (el Capitán) e Isabel.
Son, pues, pocos los jesuitas cejeños y no sobra una semblanza de ellos: P.Jaime Vélez Correa: doctor en teología, profesor, filósofo y ahora politólogo con su reciente editorial de la Revista Javeriana “¿Si no es López, quién?”. P. Antonio Bernal Londoño: fue prefecto en los colegios de Barranquilla, Medellín y Manizales, fundador de ASIA Ignaciana, es Rector del Bachillerato Nocturno de San Ignacio, Ecónomo de Provincia, y semanalmente viene a La Ceja. P. Fernando Londoño Bernal: fue socio, Provincial, Rector de San Ignacio, es vicerrector de la U. Javeriana y ha sido delegado por la provincia colombiana a la Congregación General de la Compañía, algo así como el Cónclave Vaticano, donde nombran al P. General de la Compañía. El P. Germán Bernal Londoño: profesor de la Javeriana y actual director de la Santa Misa por televisión, los domingos. H. Alberto Maya Bernal: fue durante 15 años ecónomo-administrador del Pío Latinoamericano, en Roma. Durante el Concilio Vaticano II, atendió con rara eficiencia a cientos de Cardenales y Obispos que se hospedaron en dicha Universidad. Actualmente está en la Casa san Pedro Claver, en Cartagena; H. Eugenio Montoya Arango: el ganadero, administra finca y ganados de la Compañía en el Alto Sinú y Arboletes. “Lo que se hereda no se hurta”.
Los bachilleres ignacianos oriundos de La Ceja no son muy numerosos. Otros colegios de Medellín, como el San José de los HH. CC. Y las Universidades, tuvieron más acogida. Según el Anuario Ignaciano del año 1980, son los siguientes, con el año de promoción:
Juan Bta. Vieira Jaramillo (31)
Bernardo Vieira Jaramillo (34)
J. Arturo Valencia Restrepo (36)
Jesús Bernal Vélez (Pbro.) (38)
Juan Bta. Vélez Henao (39)
Miguel Vélez Henao (40)
Tomás Bernal Londoño (42)
Luis Javier Vélez Henao (46)
Francisco A. Vélez Correa (47)
Juan Pablo Bernal Londoño (47)
Antonio Vélez Arango (47)
Bernardo Uribe Londoño (50)
Juan Bta. Londoño Bernal (51)
Juan de D. Vélez Arango (51)
Bernardo Bernal Londoño (55)
Pedro A. Toro Giraldo (58)
José Fdo. Vélez Vélez (62)
Ramiro Vélez Vélez (62)
Mario de J. Carmona Osorio (77).
Felicitaciones al Colegio San Ignacio en su Centenario. Hasta pronto.

Crónicas y anécdotas de don Tomás Bernal

Quisimos hacerle una entrevista a don Tomás. Cejeño de pura cepa, para que nos respondiera un cuestionario, pero él, con su característica sencillez, nos dijo que antes que hablar de él o de sus opiniones, prefería relatarnos algunas apuntaciones referentes a su padre, don Juan Pablo Bernal Bernal, quien fuera nervio central de la vida social e institucional de La Ceja durante toda su vida (1893-1960). Precisamente este año se cumplió el centenario de su nacimiento.
Don Juan Pablo, mi papá, nos dice Tomás, fue alcalde, personero y concejal prácticamente vitalicio, de La Ceja. El fue uno de los fundadores de la revista “El Cocuyo”. En esa creación lo acompañaron, especialmente, José Ángel Uribe y Darío Rodas. Estaba encargado de la financiación don Jesús López, dueño de “Publicidad Ultra”.
En compañía del Padre Jesús Antonio Arias, cura párroco, fundó el asilo “Santa Ana”. Nos cuenta Tomás que cuando el padre Arias le propuso a su papá que fundara un asilo, éste, un poco sorprendido le preguntó: ¿¡Padre Arias, por Dios! Usted tan pobre y yo, que tampoco tengo dinero, con qué vamos a fundar un asilo? El padre Arias, en respuesta, le entregó una libreta, lo nombró síndico y le dijo que anotara la primera contribución: un billete de diez pesos que el donaba. Así nació el asilo “Santa Ana”.
Tomás nos hace un paréntesis para contarnos que el Pbro. Jesús Antonio Arias era una persona muy humilde y muy pobre. Sin embargo, cada año cumplía con su deber de hacer la declaración de renta. Cuando entregaba su declaración al recaudador que llamaba Tomás López, le decía: “Tomasito, aquí te traigo mi declaración de renta!. Y juro que nada de lo que está ahí, es verdad!”.
Otra de las obras lideradas por mi papá fue la creación de la sociedad “Energía Eléctrica de La Ceja S.A.” la cual se encargó de la construcción de la hidroeléctrica del rio Piedras. En ese entonces la carretera hacia las Piedras sólo llegaba a la Esperanza, de allí en adelante hubo necesidad de utilizar un tractor para remolcar los dos generadores, uno de 250 KVA y otro de 350 KVA hasta la planta. Esta obra fue fundamental para el desarrollo de La Ceja. Infortunada la sociedad se liquidó y la planta fue vendida al EDA. Esta planta sigue prestando un magnífico servicio pues durante el apagón del año pasado, los usuarios tuvieron el privilegio de no tener razonamiento.
Don Juan Pablo contrajo matrimonio con doña Rosa María Londoño de cuya unión son sus once hijos: Antonio José (el primogénito falleció de un año), María Magdalena (Salesiana), Antonio José (Pbro. Jesuita), Tomás José, Rosa María, Juan Pablo (q.e.d.), Alfredo de Jesús, María (q.e.d.) Bernardo de Jesús, Marta cecilia, Germán de Jesús (Jesuita).
Para terminar, don Tomás nos dice que él añora los tiempos de su juventud, especialmente por la tranquilidad como se vivía en La Ceja. En esa época la policía, que era municipal, estaba muy integrada a la sociedad, al punto que mi mamá nos mandaba buscar con el policía más famoso que tuvo La Ceja: Adriano Ríos. Todos queríamos y respetábamos a la Policía. Era una institución integrada a la comunidad para servirle a la misma.
La Ceja, nos comenta, esta muy cambiada: hoy es una comunidad de inmigrantes pues los cejeños de pura cepa somos minoría.
Cuando éramos niños la vida en La Ceja tenía menos comodidades materiales pero el ambiente de paz, de tranquilidad y de quietud, sin esa carrera loca por consumir más y más, daba a la vida un encanto de plenitud.
Ilustra la anterior afirmación con la siguiente anécdota: Don Eugenio Bernal tenía la Droguería Colombiana, situada en la mitad de la cuadra, y en la esquina estaba la farmacia de don Suso Chica. Cuando don Eugenio se sentaba en un taburete recostado en una de las puertas y llegaba un cliente a preguntarle por algún remedio-aceite castor- él, por pereza de pararse, le contestaba que sí lo tenía pero que donde don Suso, en la esquina, lo conseguía mucho más barato.
Y continúa Tomás, contándonos que Camilo Ángel, hijo de don Luciano, era un jugador empedernido. Después de toda una noche de farra y de haber perdido todo lo que tenía, cuando se dirigía, a las 5 A.M., para su casa, se encontró con el Padre Piedrahita, quien lo inquirió así: ¡Camilo, jugando ¡noo!? A lo cual contestó Camilo: “Padre: Usted y yo nos vamos a tener que ir de este pueblo por la sencilla razón de que a Usted ya no le creen y a mí ya no me fían”.
Ahora que tenemos tantas elecciones Tomás nos recuerda que, en ese entonces, en los días de votación no se permitía salir a la calle a los niños ni a las mujeres.
Cuando nos cuenta que la carretera al río Piedras la construyeron a pico y pala, nos recuerda que también había muchachas de pico y pala. Si, de pico y pa la...,
Y, por hoy, yo me callo mi pico.

Lección número uno para aprender a leer

Inventario de cosas elementales

La Ceja del Tambo es algo así como la mesa rústica sobre la que mamá preparaba los mejores manjares de nochebuena, mi perro ladrando en el solar y arañando la puerta para que le abran y pueda saludar no a su amo sino a su amigo leal. Jamás se le han podido fijar límites a La Ceja todo porque se prolonga mucho más allá del Valle de San Nicolás, viaja hacia el norte y se confabula por allá con las estrellas y las montañas azules para entregarnos cada mañana paisajes de silencios, tan silenciosos, que podemos escuchar complacidos los trinos de los pájaros y el susurrar de Dios en el correr libre de las aguas cantarinas. No conozco otro paisaje más hermoso que el pintado por el sol en las mañanas, por este oriente cuyas tierras no son miserables para nada; lo prueban las grandes mazorcas de maíz que parecieran estarse desprendiendo por el peso de los granos, de esas varas delgadas y rectas como muchachas quinceañeras en su plena alegría adolescente.

La Ceja, es la más bella lección elemental de geografía porque en sus montañas aún respiramos aires de gloria y de libertad, pararse en el pico del corcovado por ejemplo y divisar desde allí el extenso valle, sin límites por demás, es sentirse uno propietario absoluto de la más hermosa paleta de colores naturales; no falta en las tardes, cuando cesa la lluvia, el regalo hermoso de un arco iris perfecto que corona como una reina la ciudad, de allá lo vemos y también del ochuval, en cuyas tierras que le circundan pasta tranquilo el ganado y se levanta ese olor característico de los potreros, las caballerizas y los establos.

No se hablar de La Ceja sino es para admirar su belleza, tan parecida a la de Aurora que le hace honor a las mañanas frescas de mi tierra cuando se sienta ante el espejo a acicalar su luenga cabellera o la de Patricia cuando sale a la puerta y a toda persona que pasa le regala una sonrisa de nácar, convencida ella de su genio y su dulzura encantadora. Qué decir de los niños que aún juegan trompo en la calle y elevan sus cometas en la manga del frente de sus casas, qué decir de los niños que aún andan a “pata limpia”, descalzos no por culpa de la pobreza sino porque les encanta sentir las caricias de esta tierra que todo lo da bondadosamente en abundancia.

Los amplios caminos que vienen desde las veredas, traen así, sencillamente, los canastos henchidos de frutos sabrosos y amor por el campo; en una sola mora cabe toda la pasión con que don Aurelio levanta el azadón y siembra las semillas, lleno de fe y de esperanza, convencido de que en la próxima cosecha le irá muy bien, porque cuando siembra encomienda su trabajo a la madre Natura y pone toda su paciencia en el corazón de Dios. Las delicias de los campos no tienen comparación; ellas ponen en nuestros paladares las frutas más exquisitas, los ricos manjares que con ellas se hacen y sobre todo, la paciencia de nuestros campesinos para esperar serenos día tras día, levantarse sanas las siembras; de ellas depende el pan para la familia, la educación para los hijos, el ahorro para los tiempos de escasez y para los calamitosos.

La Ceja no solo es del Tambo, es también de la gente que duerme serena bajo techos humildes, es de la niña que conoce su condición de niña y cuida su alma y su cuerpo, la del empresario que cree y abre espacios para el trabajo y persevera a pesar de las circunstancias adversas, sin dejar escapar el humor y la inventiva. Este nuestro cielo, el de la Ceja del Tambo, normalmente es azul, pero tanta diversidad de almas y condiciones le ha abierto espacio a otros colores y pensamientos, por lo que ya se nos parece a una paleta de colores en manos de un gran artista; para plasmar sobre sus suelos los más bellos acontecimientos de una gente creativa, paciente, solidaria y acogedora. No nos dejamos vencer de las adversidades y si caemos, gozamos de la suficiente dignidad para levantarnos con mayor optimismo y fe.

La Ceja del Tambo, esta piel que siento y vivo, estas lágrimas que guardo para los días de tristeza, estas carcajadas que brotan de lo más profundo de mi ser cuando la felicidad me sorprende, esta colcha de retazos cosida por mi madre, este verde extenso sin límites ni condiciones, este verde extenso como el amor de mis hijos y la paciencia de nuestras abuelas, han hecho de esta tierra un canto de amor a Dios, en la que siempre vale la pena hacer historia y levantarnos con las alas desplegadas al asombro de este suelo que abriga a todos sin ninguna condición.

Es sábado y el pueblo está de fiesta

Son apenas las cinco de la mañana y el pueblo empieza a despertar, a desarrugar sus sueños y sus ánimos, a la plaza de mercado empiezan a llegar los primeros camiones repletos de frescos productos de la tierra; el griterío de la gente se confunde con la alegría de un despertar lluvioso, pero no importa el frío ni interesa la tristeza, el día simplemente amaneció invernal, pero por eso no deja de ser hermoso, ALINA debe estar durmiendo todavía pero cuánto quisiera verla en medio de tantos frutos generosos como los que ahora llegan a la plaza de mercado.

Nuestros campesinos del alma tercian sus ruanas y empieza la faena económica del mercado, y es faena porque quien trata de vender busca lograr el mejor precio para sus productos, mientras quien trata de comprar, busca hacerlo a lo más mínimo, pues él también vive sujeto a la ley de oferta y demanda, de ello depende una ganancia, un riesgo económico con el que sustenta a sus hijos y los manda a la escuela.

Me dejo encantar por este frío natural cuando bajan del camión las ahuyamas vivas de frescura y sabor…recuerdo los dulces de mi madre, sus calaos refrescantes hechos con este maravilloso fruto que se derretía en nuestra boca…su dueño las va depositando con cuidado en un rincón del salón, para que no sufran daño, pues de ello también depende un buen precio en los mercados de afuera.

RUBÉN levanta un pesado bulto de papa, quisiera tener su fuerza y su musculatura, pero es que él ha hecho toda la vida ese sagrado oficio y arruma con tanta destreza bulto sobre bulto que pareciera estar construyendo un monumento a la tierra que nos prodiga la vida…quien lo creyera pero coincide tanta monumentalidad con la forma cómo don MIRO distribuye sus guacales repletos de fresas, moras y tomates…

Amanece y la plaza de mercado se llena de fragancias de campo y colores de esperanza…como que las guacamayas se han convertido en vistosos mangos que se ofrecen al público en un canasto ajado por el uso y el tiempo imperdonable….no veo a PEDRO por ninguna parte, pero va siendo hora que abra su puesto de frutas y verduras…toda esta comida, frutos de mi tierra, me convidan humildemente a cerrar los ojos y dar gracias a Dios por tantas bendiciones…qué fuera de nosotros sin nuestros campesinos, sin las bendiciones de sus manos que al juntarlas con la tierra producen tanto alimento y tanta gracia divina….siguen llegando arrumes incontables de repollo y lechuga fresca, de olorosas mandarinas….la plaza se llena de azahares y los racimos de plátanos se disponen igualmente al lado de la papá para evitar ser estropeados antes de empezar las ventas.

...en el ambiente ya las palabras se confunden en varias direcciones hasta no alcanzar a interpretar qué dicen sus interlocutores, pero esa es la dinámica del intercambio…aquí se ofrece de todo y se compra de todo, y tanto el que vende como el que compra sale contento porque así es nuestro mercado semanal…sobre los mismos costales en que trajo empacados sus productos, don JESÚS da rienda suelta a su palabra y ofrece ricuras de la tierra que más bien parecieran caídas del cielo, unas chirimoyas que me hacen agua la boca, grandes y carnosas como los labios de ALINA, las naranjas redondas y jugosas no se dejan apiñar fácilmente, pero finalmente se dejan someter de la destreza milimétrica de quien las ha apiñado por años y años.

...el café también coge rumbo a la bodega y mientras es llevado a las espaldas de hombres corpulentos queda en el aire el olor característico de una buena cosecha, sembrada con FE y recogida con gratitud y paciencia. Oh Dios!...definitivamente el sábado es de fiesta en la plaza de mercado; me permite contemplar la belleza de ALINA en medio de su puesto de trabajo rodeada de los frutos de su tierra; sus tersas manos parecen coliflores, sandías sus pechos y cañadulce sus labios…no soporto mirarla sin dejarme estremecer como el manojo de hierbabuena que todavía reposa en el guacal de sus plantas aromáticas.

Aquí nada es escaso los sábados, hay abundancia y buenos precios, hay sabrosura en el ambiente, la alegría corre como un niño sano de puesto en puesto, porque ya empiezan a llegar los primeros compradores, don Nicanor me antoja de un café recién molido cuya cálida fragancia se escapa de la cafetera y exhorta a los madrugadores a tomarlo en cantidades, mientras tanto sigo esperando a ALINA porque es a ella a quien me gusta comprarle las frutas…mientras tanto contemplo agraciado las decenas de costales abiertos y que exponen al público gran variedad de granos…definitivamente nuestro suelo está henchido de bendiciones, con razón odio la guerra!..son benditas las manos que cultivaron los dorados granos del maíz, el cual al ser vaciado de un recipiente a otro produce un especial sonido que me lleva a los recuerdos del campo, como cuando el viento pasaba por entre las cañas y reproducía la levedad fecunda de la Creación Divina.

…las fragancias del sábado en la mañana le brindan un aire especial a la plaza de mercado, aquí huele a bueno, a verde fresco y honesto, a la mora que se reventó en los labios de ALINA, quien no llega todavía a su puesto de ventas, huele a guanábana y a pera, mientras alcanzo a percibir los pasos de quien espero…no está tarde, pero ya a las seis de la mañana parece que el pueblo hubiera estado despierto desde siempre, los camiones siguen descargando productos y más productos, y todo lo hacen con cuidado, para que el cilantro no pierda su olor característico, ni al apio sus virtudes, ni los racimos de bananos sean estropeados y puedan llegar frescos a las mesas….ya están llegando los novillos y cerdos en canal, vienen igualmente desde lejos, pero los arriman con igual cuidado y esmero, unos hombres de blanco impecable, de rostros silenciados por el frío mañanero, pero tampoco a ellos les importa la lluvia, es sábado y mi pueblo está de fiesta porque es día de mercado!...solo le pido a Dios que cada padre tenga con qué comprar algo, para llevar a la mesa…

Camilo

“Cuando no puedas hablar bien de alguien entonces guarda silencio”

CAMILO tiene apenas cinco años, pero quien lo creyera, es un hombre metido en un alma de niño, conoce con exactitud dónde se guardan las cosas de la casa, desde la cédula de la mamá hasta la cajita de Vacol que de vez en cuando se saca para calmar la picadura de un insecto o la inflamación que de manera repentina lacera el cuello de Jaime. Camilo no es un niño cualquiera, no es el niño de ciudad, ni el que va a la escuela, ni el que duerme entre níveas sábanas y suaves colchones, de ninguna manera, es un niño campesino que de andar siempre descalzo se ha acostumbrado a las piedras y al calor de la arena, inclemente por demás, incluso a los animales que se guarnecen bajo la sombra; pero Camilo como que nada siente.

Protegido en sus escasos cinco añitos, se alegra cada mañana, al ver salir la luz del sol y sentirse sano y vivo, no le importa sino lo que humea en el fogón, una arepa frita y un poco de arroz y chocolate. Listo el desayuno, Camilo se siente un Rey con suculento plato…feliz su inocencia, feliz la placidez con que ve y siente pasar las horas y los días, me imagino que sus días aún son eternos como las Navidades de cuando éramos verdaderos niños.

Perdido en lo más profundo del valle, Camilo va de aquí para allá, todo el día, sin cansancio, desde las cuatro de la mañana hasta que se apaga el mechón a las siete de la noche. No sabe de cansancio ni de temores, para él lo mismo es la oscuridad que la luz del día, lo mismo los días de lluvia o los días de sol, lo mismo el día donde hay carne, o pescado, o nada; porque está tan adherido al territorio que conoce palmo a palmo su piel, lo que el suelo brinda, lo que se levanta de la tierra y busca los cielos, lo que cae de los árboles, si es venenoso o es comestible, si es útil o sencillamente si se trata de un capricho más de la tierra…porque también la tierra tiene sus caprichos, sino, cómo explicamos que un suelo rojo, brinde pastizales verdosos?.

Camilo es mi amigo, hace algún tiempo lo conocí, pero tuve la oportunidad de visitarlo hace poco y fue tanta su alegría que hizo agradable mi estadía en su humilde casa. Para dónde salía, era mi guía, me atendió como un rey, siempre estuvo atento a mis peticiones, porque cuando salía a recorrer el valle, andaba seguro detrás de él, porque era Camilo quien guiaba el camino, cuál camino, ningún camino, Camilo se orienta por el olor propio de las plantas que crecen silvestres en el valle y andar solo sobre suelo desconocido es un riesgo a perderse, por eso Camilo fue mi excelente guía.

En casa Camilo es el de todo, es el nombre que más se pronuncia, y cada vez que se pronuncia le cambian de apellido, es que Camilo tiene decenas de apellidos, todos muy particulares por demás; “Camilo, las gallinas”, algo pasa y Camilo sale corriendo espantando las gallinas que se han metido a la cocina, buscando afanosamente los granos de arroz que caen de la mesa. Camilo los marranos, y sale Camilo corriendo a espantar los marranos que se están comiendo el cuido de los patos, pero también de cuando en vez lo llaman por el apellido patos, porque también los patos invaden territorio humano.

Pero descubrí algo muy lindo en este niño de tan poquitos años; ya había dicho que es un hombre metido en un alma de niño, y es cierto, porque es el motivo central de la familia, es el que sabe y sirve para todo, y por eso cada vez que se pronuncia la palabra Camilo, responde de la misma manera: “..Y ahora qué pasó!!!”, “ese ahora que pasó”, equivale a que alguna misión o responsabilidad hay que hacer, ir por el agua, traer el jabón, sacar los pollos del comedor, espantar los perros, traer el Vick Vaporú o caminar kilómetros enteros para llevar un pedazo de queso donde la tía.

A media lengua se expresa, pero no se requieren mayores palabras para comunicarse uno con Camilo, basta mirarlo a los ojos, y ver plasmados en ellos, la inocencia de un niño, de cinco años que inexplicablemente se ha vuelto hombre del valle. No sabe de dolencias ni de quejas, no le tiene miedo a los rayos ni a las tempestades, no le teme a las serpientes y por gracia no lo pican los mosquitos ni los alacranes. Va de aquí para allá, absorto en lo elemental de su vida, limitada a un territorio sin ciudad, pero con la muralla de un río que conoce tanto como el suelo sobre el que sus pasos dejan las mismas huellas de esperanza día tras día.

Ese Camilo hombre con apariencia de niño, me enseñó, en una semana, que todo es importante y valioso ante los ojos de Dios y por eso es recomendable espantar las serpientes y no matarlas, respetar los sapos y las iguanas, dejar que el agua siga su curso y no tomar del río, sino los peces necesarios, los chicos es mejor arrojarlos de nuevo, porque sin duda ellos regresaran más crecidos o servirán más tarde de alimento a los que viven más debajo de su rancho.

Camilo, fue quien me enseñó en siete días, a fuerza de interpretar su mirada, que cuando no tenemos algo bello para decir de alguien, es mejor guardar silencio
.

Nuestras madres escolares

No dejo de admirar la belleza de nuestras mujeres, sin importar el color de la piel, las formas de sus cuerpos o la edad; pero más admiro el tesón con que van levantando sus hijos a fuerza de lidias, demandando a los padres para que respondan al menos por los alimentos, llevándolos sagrada y puntualmente todos los días a la guardería y al colegio. Las veo pedaleando sus bicicletas con el hijo en la barra y parezco ver en ellas la bondad de un Dios que se apiada de sus equilibrios de miel y de oro. Nuestras mamás son tan valientes que bien vale la pena compararlas con las heroínas de las batallas ancestrales, en las que se disputaba el fuego, el honor, la libertad y el alimento….sino fuera por ellas a lo mejor nuestros niños desertarían fácilmente de la escuela.

Me lleno de asombro cuando las veo ante la puerta del colegio inclinarse para limpiar los zapatos de sus hijos, componer finalmente su uniforme y el peinado, para que ingresen pulcros a la escuela…y luego despedirlos con una luenga bendición que se extiende desde su mano y solamente es interrumpida por la puerta que se cierra una vez el niño entra al salón.

Nuestras madres escolares merecen un himno de admiración. Ellas se gradúan a la par que sus hijos pero ninguna institución les otorga diploma al menos de paciencia por tantos desvelos durante todo el año escolar. Cómo pagarles tanta entrega?... sinceramente no alcanzaría el oro del mundo para premiarlas por el almuerzo calientito del medio día; por la composición de la lonchera en la mañana, la que siempre recargan con alguna golosina; por las comidas de la tarde; por el cuidado impecable con los uniformes; por los ruegos de principio de año que les toca suplicar un puesto en el mejor colegio que ellas creen….es una lucha sin par y sin cuartel, la que libran nuestras madres escolares, día tras día, año tras año.

Las veo dobladas su espinazo en la mesa del comedor orientando las tareas y siento un espasmo de admiración. Los papás poco se dan cuenta de esta labor, llegan cansados a ver la televisión; pero mamá regresa exhausta del trabajo, se cambia su ropa, y sin tomar siquiera una taza de aguapanela, le preguntan al niño, cómo le fue, venga revisemos qué tareas tiene para mañana, de dónde recorto el mapa de Colombia, dónde hay una foto de Cristóbal Colón, qué se hizo el Colbón, por qué trajiste un zapato sin cordón. No descansan nuestras madres escolares hasta no comprobar organizado el morral del niño. Valdría la pena, dedicarles un día, si no se puede nacional, al menos local, para que presenten sus propias pruebas ICFES a la paciencia, a la entrega, al sacrificio y junto con sus hijos se puedan graduar como mamás ejemplares.

En los trabajos, ya entiendo por qué saben tantas cosas; es que se han visto obligadas a consultar las enciclopedias, a indagar por lo que los maestros no indagan, a premeditar lo que muchos no alcanzamos a premeditar; por eso hay que tenerles mucho respeto, mucha admiración y ser concientes en nuestros trabajos de que no trabajamos con mujeres cualquiera, que compartimos nuestras eras, nuestros escritorios, nuestros mostradores con mujeres, madres escolares que por sus hijos se la juegan toda, con tal de verlos salir adelante.

Empezamos un año escolar, y con el mismo ímpetu que empiezan las madres escolares con ese mismo entusiasmo terminan, y así las criticamos….por favor; qué fuera de nuestras instituciones escolares sin ellas, vigilantes, adustas, llenas de sensibilidad y amor por el colegio que les ha abrigado a sus hijos y que los preparan para la vida; por eso es que les duele cuando le hablan mal de sus hijos, porque para ellas, el cuento de formarlos demanda demasiados sacrificios; madrugar, trasnochar, hacer economías para un lápiz, vigilar con escrupulosa medición sus uniformes, ayudarles a cultivar cuentos y tesoros en sus cuadernos de orejas paradas; recibirlos en la puerta del colegio con un abrazo de alegría y una bendición abierta como el mar.

Qué gran tarea la de nuestras madres escolares; me inclino humilde ante su hermosa misión de conducir sus hijos por el camino del bien; no hay ninguna que no merezca mi profunda admiración. Extiendo mis manos hacia ellas porque ante ellas, la creación se inclina.

Una defensa a los pesimistas

Se ha vuelto muy de moda, gracias a las pautas publicitarias la consabida frase “las mejores cosas siempre toman tiempo”. Es una expresión optimista, que cree en la bondad de las cosechas cuando la lluvia se desploma generosa sobre las simientes y los niños alegres se lanzan a la calle para chapucear en los charcos. “las mejores cosas toman tiempo”; es una expresión llena de energía creadora, de credibilidad en si mismo, de esperanza en Dios y en su pueblo que con fe, cruza valles y ríos, esperanzado en una tierra prometida. Por eso, esta crónica va dedicada, no a los optimistas que se atreven con arrojo a cambiar el mundo, así no lo logren sino después de un millón de intentos, o que incluso cuando no lo logran y sienten fallidos todos los intentos del día, se van tranquilos a la cama, con la convicción de que mañana será otro día, otra oportunidad de conquistar el mundo, como lo dice el famoso Cerebro, amigo de Pinky… No es a ellos a quienes va dedicada esta crónica sino a los pesimistas, que creen que el mundo se acaba a la vuelta de la esquina, que se resisten al cambio, que no arriesgan por miedo a perder, que todo se les torna en una dificultad; ellos creen que el resultado de las cosas es del ahora, del ya, del presente…porque no saben esperar….

A los pesimistas les debemos mucho, les agradecemos que sean ellos los que vean la botella medio vacía, les agrademos la falta de arrojo y de entusiasmo. Podríamos, es más, agrandarlos en su exacerbada falta de confianza en si mismos, porque todo se debe a que no creen en el futuro sino en el ahora, y si las cosas no se les da en el ahora, las desechan como si nada, en cambio los optimistas tienen para más, les sobra con las ganas de salir adelante, con la esperanza siempre latente del vuelo y de nuevos amaneceres de regocijo. Ellos siembran y siembran y saben que cualquier grano que vaya a la tierra algo da, porque la tierra, madre fecunda, no se queda con nada de lo que se le confía a sus entrañas. Pareciera una paradoja el hecho de dedicar esta crónica a los pesimistas, pero es que son ellos los que abren el camino de quienes se resisten a dejarse vencer por las dificultades, es decir, a los optimistas….ellos son el espejo donde se miran quienes luchan con tenacidad en contra de las vientos, las tempestades y las adversidades. Por eso hay que animarlos a tener fe, pero una fe que provenga de lo más profundo de su interior, fe en si mismo, fe en el hombre, una fe gigantesca capaz no solo de mover montañas sino de crear nuevas constelaciones y transitar por níveos cielos cargadas de bendiciones. Mientras uno no crea en si mismo, es prácticamente imposible abrir caminos de libertad y de gozo, de bienestar, de paz interior. El mundo se nos abre todos los días, esperando lo mejor de nuestras manos, y hay veces que pareciera que todo se viniera abajo, como que los sueños se derrumban, y nada, ni siquiera nuestra moral queda en pie…es cuando más necesitamos levantar la cabeza y mirar hacia adelante porque una luz siempre hallaremos que ilumine nuestro camino; Dios jamás abandona al optimista, pero también no se cansa de animar al pesimista, él sabe que tanto el uno como el otro, fueron puestos por El en la tierra para dominarla con entereza, perseverancia y honestidad. Estamos pasando por uno de los momentos históricos de La Ceja más relevantes en los últimos años, pero no es porque nadamos en la abundancia, sino todo lo contrario, porque carecemos de muchos bienes materiales y espirituales; de ahí la necesidad de unificarnos en una fuerza colectiva, llena de gracia, de optimismo y fuerza creadora, que vivifique la comunión diaria con todos. Porque entre todos, con la convicción en un Dios que nos mira, el optimismo azul de ser honestos y la fuerza de los vientos generosos… arribaremos igualmente todos, cargados de frutos a puerto seguro!

Hay quienes siguen creyendo que “el palo no está para hacer cucharas”, que ya no vale luchar porque todas las cosas tienen dueño, que llegaron tarde a la feria de la repartición de los talentos; pues bien, si la situación anda de ese tamaño, los optimistas sabrán encontrar motivos suficientes para reconstruir nuevamente el tejido, para hacer nuevamente que la esperanza anime el corazón de los hombres….afortunadamente para los optimistas el mundo es esférico….de lo contrario se les terminaría a la vuelta de la esquina!.

El Pesebre

Hace algunos meses, me tocó asistir a un desalojo ordenado por un juzgado, pero no a uno de esos desalojos por restitución de bienes inmuebles ocupados por inquilinos que se atrasan en sus obligaciones y son expulsados a la calle después de probar su incumplimiento; fue algo muy diferente, se trataba de una pobre anciana que por varios años ocupó un pedacito de tierra ajena y allí levantó con tablas, plástico y anjeo su pequeño rancho de dos compartimentos, uno para albergar a sus animales domésticos: un perrito, unas cuantas gallinas, un pavo real silvestre y el infaltable gallo de gran cresta y linaje; contiguo al corral, otro similar cubierto con plástico por techo y cartones amarrados al anjeo por paredes; dentro una cama improvisada en palos de monte, un colchón viejo y una mesita de madera donde disponía algunos utensilios de cocina; afuera, tres piedras no más por fogón de leña. Me dio tristeza de la pobre vieja, pero más tristeza del epulón que reclamaba aquel pedacito de tierra porque mirar para cualquier punto cardinal era verificar sus pertenencias; la abundancia y riqueza de una tierra que no alcanzaba a recorrer sino después de muchos días montado en algunas de sus tantas finas bestias, y acompañado eso sí, por diestros y bravos capataces resueltos a todo con tal de no privar a su patrón del dominio legal sobre un suelo injustamente repartido.

No puedo negar mi pasión por los pesebres; me encanta ver cómo las familias, con cajas, raíces, aserrín y papeles pintados, arman amorosamente un escenario que nos recuerda la total pobreza en que nació Jesús; y en esos pesebres parezco ver a tantas familias humildes como la de aquella anciana que no tenía por más compañía sino unos cuantos animales que la seguían a dónde ella fuera; que en el mismo monte buscaba su sustento, porque válgame Dios! si aquella tierra quedaba lejos del pueblo!

Ese día, para colmo de males empezó a llover insolentemente; los capataces sacaron de sus alforjas sus finas capas, para hacer más cómoda la diligencia, ellos mismos le observaron a la anciana el motivo de la visita y le dijeron que debían traerla al pueblo; la anciana nada respondió, permaneció en silencio, muda como las mismas piedras donde al parecer por tanto tiempo levantó fogón para cocer sus pobres alimentos; y arrebatada de ese suelo, fue traída la anciana hasta la Comisaría del lugar, donde se encargarían de ubicarla en algún albergue para ancianos desamparados.

En estos tiempos de Navidad, muchas familias tienen la holgura de derrochar, de botar comida, de quemar dinero en pólvora, de beber y comer hasta la saciedad, sin embargo hay cientos y miles que como aquella pobre anciana o Jesús en el pesebre carecen de todo, hasta del abrigo noble de los animales. En el lugar, luego arrasado por la fuerza de los funcionarios encargados de cumplir la orden judicial presencié tantos hogares arrasados por la violencia, por los vicios, por el abandono y no tuve más remedio que contener mis lágrimas y pedirle a Dios ablandara el corazón de tantos hombres que se han dejado endurecer de la maldad. Qué bueno es reunir la familia alrededor del pesebre y compartir el calor de los hogares y el perdón de los corazones; llevar de pronto un regalito al vecino y sentirnos en ese detalle dueños absolutos, propietarios absolutos, no de tierras ni de cosas materiales sino de un cielo de amor capaz de contenerlo todo!

El pesebre, ese mismo que nos recuerda la llegada de JESÚS al mundo, es el pesebre de tantos niños que duermen en los andenes o la entrada a los teatros y los estadios; es el pesebre de hombres y mujeres que vagan errabundos sin otra patria distinta a la calle, porque el vicio los ha expulsado de sus hogares y ahora se pierden en el anonimato y la pestilencia de espacios públicos que de “calientes” solamente tienen el apelativo; sin embargo, allí todo es frío; el que cala los huesos y pone a zumbar las tripas de hambre y las balas; el del miedo que se siente cuando en medio de la oscuridad no brillan las estrellas pero si los cuchillos y el odio, por una ciudad que palpita, mientras en las afueras, tantos pesebres invadidos por el mal, en sus incontables manifestaciones.

Que el pesebre nuestro, ese frente al cual nos sentamos a entonar villancicos, sea un pesebre de amor fraterno, de perdón y olvido, de aprender la lección de compartir pero no por Navidad sino por siempre. Jesús, sin duda nos traerá muchos regalos; pero no siempre esperemos esos regalos, salgamos también a darnos; a compartir algo con tantos necesitados; no es en lo mucho sino en lo poco que se da con amor, en donde nos identificamos con el verdadero hermano. Es en verdad muy bello y valioso, tanto para la sociedad como para la Iglesia, ver familias enteras reunidas alrededor del pesebre; pero es más bello y valioso aún ver a muchas de esas familias que en la cunita dispuesta para el Niño Dios, ponen la enfermedad del vecino, o el niño abandonado, o la anciana pobre que me tocó ver expulsarla de ese rancho ajeno, pero finalmente encontró un pesebre en un hogar de albergue, donde la parroquia del lugar le propicia un espacio para vivir sus últimos días de manera digna, comiendo puntualmente sus alimentos y durmiendo en un lecho pobre, pero igualmente digno.

Para el próximo sábado ya habrá nacido el Niño Dios; construyamos como aquella anciana un pesebre en nuestros corazones, seguros de que Dios no vendrá a desalojarnos, sino a habitar en él. En nombre de mis compañeros de cabina, del Padre Juan David, Jorge Mario, Adriana, reciban un cordial saludo de Navidad y los mejores parabienes, no para el 2009, sino para siempre.

María Zárate

María Zárate es una de esas tantas negras cuyos cuerpos enormes parecen haber sido tallados con las mejores maderas de la selva, únicas con la dureza adecuada para hacer de las esbeltas figuras femeninas la admiración más cercana a la lascivia de los hombres. De duras carnes y enérgica figura, María Zárate llegó a mi barrio como una desconocida más; no creo que atraída por el posible desarrollo de una actividad comercial, sino por el sueño de salir adelante con sus hijos a base de esfuerzo, de sudor y de lágrimas; porque también la vi llorar muchas veces, también la contemplé triste con los codos contra el mostrador de su tienda, sin saber a ciencia cierta si tanto sacrifico iba a valer la pena, pero después de pocos meses, logró ganarse la simpatía de los vecinos y con eso le bastó para salir adelante; porque valga decirlo, quién no se iba a dejar prendar de una negra azabache decente?, siempre feliz como si por dentro no la carcomiera lentamente la nostalgia, ese dolor en el alma que se siente cuando la violencia nos arrebata a los seres queridos.

Los ojos negros y grandes de María Zárate, revelan la mirada de una mujer sincera, la verdad de una mujer que a fuerza de empeño, “a Dios orando y con el mazo dando”, no se dejó doblegar por la miseria que viene siempre como consecuencia de habernos partido los brazos la ausencia. Esa energía acumulada en un cuerpo enorme y sincero me enseñó la paciencia de una madre abnegada y de una empresaria honrada que empezó tocando las puertas de las casas, ofreciendo unos buñuelitos pequeños con sabor a montaña y silencio.

Entre quienes podría decirse ganaron la simpatía de María Zárate, me debo contar como uno de los más privilegiados, no por reparar sin dejar de asombrarme su lúbrica humanidad que parecía salirse de sus ropas, especialmente sus pronunciadas caderas y prominentes senos, sino por no dejar de admirar su empuje, su fe inquebrantable y sobre todo, su dignidad femenina sin tacha alguna, porque cuando María Zárate llegó a mi barrio, fueron muy pocos los vecinos que no la identificaron con una desplazada más por la violencia; aunque en efecto lo era, porque según me enteré algunos meses más tarde, cuando tuve oportunidad de conversar con ella en una reunión comunitaria celebrada en la escuela, María Zárate era una viuda más, proveniente de uno de los municipios más bellos que tiene Antioquia, sin duda por su clima, su geografía, sus aguas y su gente; San Carlos de Priego, Antioquia.

Desde muy niña, sus padres, oriundos del Pacífico chocoano, la llevaron a vivir a San Carlos, donde creció libre e inocente entre matorrales y gallinas, bañándose completamente desnuda en las aguas cristalinas del río, venciendo lomas y praderas, y allí, por esas bondades de la vida, cuando alcanzó su madurez, conoció en el mismo río a un negro como ella que también había llegado a San Carlos de Priego en similares circunstancias, atraídos en otras épocas por la fiebre de las represas y las bondades del clima; y así, Cayetano y María Zárate se dieron a la sagrada tarea de llenar con hijos una casa inmensa como la luz del sol sobre las guacamayas que duermen en los árboles del parque de la plaza principal. Como que cada año, me contaba María Zárate, sacudían la sábana y caía un muchacho!!. Y dicho eso, suelta una carcajada tan enorme que de demorarse un poco más, podría tener tiempo suficiente para contar exactamente cada una de sus piezas dentales, impecables, tan blancas como los granos de maíz que se cuecen en el reverbero dispuesto al lado de un sencillo pilón y de las empanadas para vender en la tarde.

María Zárate, no es una mujer cualquiera, es uno de esos seres de los que todo hombre se enamora, no por la apariencia física, que muchas veces es meramente pasajera, sino por la energía que guarda en su interior, en el que caben todos los sueños y todos los amaneceres, en la misma humanidad que ninguna tempestad ha sido capaz de amilanar en tantos años y con tantas dificultades como las sufridas por esta fortaleza de mujer, represa incontenible de energía y perseverancia. Es que María Zárate es un caudal de agua fresca que salta estrepitoso por los cañones geográficos y se desprende por precipicios hasta buscar la serenidad propia de los valles y las ciénagas.

Lo cierto de todo lo que quiero contar se limita a hacer referencia a esta mujer silenciosa por dentro y enérgica por fuera, porque nunca hizo saber que se trataba de una desplazada más. Solamente el día que conversé con ella pude enterarme de su cruda realidad: allá, en esa casa tan grande que podía uno perderse, empotrada como una bendición en una de las tantas veredas hermosas que tiene San Carlos, bañadas por el río que lleva el mismo nombre, María Zárate vivía feliz con su esposo Cayetano y sus hijos, los que vieron crecer juntos, rodeados de gallinas, cerdos, vacas y terneros. En su pequeña parcela, en medio de los cultivos, se entregaba al campo y a la complacencia esta familia dedicada por completo al trabajo honrado, hasta que un día, la desgracia tocó a la puerta, y tuvo que contarle a muchos la tragedia común de tantas familias, tantas veces conocida, tantas veces difundida en revistas, periódicos y filmes extensos. María Zarate se consolaba diciendo que no era la primera familia víctima de la violencia, ni mucho menos iba a ser la última, que mientras existiera en los corazones de los hombres la ambición y la venganza, los pobres seguirían aportando sangre a la tierra como tributo a la desgracia y no a la vida que debería ser la ley universal. Sin embargo, cuando María Zárate aceptó la cruda realidad de encontrarse desamparada en el mundo, con tres niños de uno, dos y cuatro años, cogió sus pocas pertenencias, las echó a un costal y no encontró otro camino que venirse para Rionegro, Antioquia, a sentarse en un andén con un letrero, como muchos desarraigados más de esta tierra, a exponerle a todo el mundo con un sartal de garabatos escritos sobre una cartulina, que era otra desplazada por la violencia y necesitaba la ayuda caritativa de los buenos cristianos.

Así pasaron varios días, hasta que recapacitó en su verdadero destino, que no era el de estar mendigando la caridad ajena tirada en un andén, como si la dignidad también de esta manera se pudiera dejar mancillar. Su empuje, sus ganas de vivir, su capacidad de empresa y la energía de esta negra cuarentona echada para adelante, no era para terminar humillada, tirada en la calle, aguantando frío y hambre con sus hijos macilentos y mugrosos. Dios le había dado muchas oportunidades y no había desaprovechado ninguna; por eso, si ahora la fortuna le daba la espalda, guardaba todavía una esperanza más poderosa que cualquier cosa: la fe en Dios con la que nunca se sentía sola ni mucho menos impedida para luchar.

Decidió venirse para La Ceja, Antioquia, no a probar fortuna, sino a recuperar nuevamente del destino todo lo que le había quitado; un esposo, unos hijos y una vida, porque allá en San Carlos todo quedó abandonado: las tumbas de sus hijos y esposo asesinados, la casa incendiada, los cultivos y los animales…la finca por la que antes daban un dineral por ella, ahora ni regalada la querían recibir…talvez algún día quisiera volver, -me dice-, pero es tanto el dolor de lo perdido que escuchar el mero nombre de su pueblo le empaña los ojos de lágrimas y es tanta la nostalgia que se le ataca la respiración… Ay! Que dolor tan grande el de María Zárate, pero su alma blanca y noble, todo lo contrario a su piel negra, se sobrepone altiva ante las crudos embates de la realidad.

Cuando llegó a ubicarse en mi barrio, María Zárate tenía la plena convicción de que iba a salir adelante….como dije; en un principio no fue por todos bien recibida, pero esa blanca sonrisa de esa dentadura grande y esplendorosa, alegre y optimista permitió que le abriéramos todas las mañanas la puerta para comprarle los buñuelos que hacía en el portón del estrecho garaje que le arrendó a don Luis en un principio; valga decir que cuando María Zárate llegó a mi barrio, vino a ubicarse en un garaje donde escasamente cabía una cama, una mesita de noche y dos taburetes destartalados; sumado a que tenía que bañarse con sus hijos sobre la misma taza del sanitario, porque no había baño, escasamente una poceta para lavar la trapeadora. No me expliqué nunca como lo hizo, pero de esas pocas pertenencias con qué llegó, sacó la mesita de noche a la puerta del garaje y sobre ella puso un fogón de gas de un solo puesto, una paila y aceite, y así empezó una de las aventuras empresariales más prósperas que hubiera podido conocer en la vida: todas las mañanas, tocaba el timbre o las puertas de las casas vecinas y cuando le abríamos, nos saludaba con una sonrisa afable y jovial, optimista y alegre, como si el dolor no la carcomiera por dentro; acto seguido extendía su mano con la bolsita llena de buñuelos aún humeantes; -están calientes para el desayuno-, decía; ignoraba el sueño que aún pendía de nuestros parpados y muchas veces hasta con enojo le hacíamos saber que no nos interesaba para nada sus buñuelos; no obstante fue tanta la persistencia de esta mujer, que no cambió para nada su semblante: todas las mañanas, la misma sonrisa fresca, el mismo optimismo, la misma alegría tocaba nuestras puertas y terminó por convencernos con sus saludos matutinos hasta aprender a desayunar con los humeantes y esponjosos buñuelos de María Zárate.

Pero la historia no termina aquí; al poco tiempo María Zárate se dio cuenta que en nuestra mesa del medio día, no podía faltar la ensalada, entonces empezó también a pasar a las horas del medio día, antes del almuerzo a ofrecernos su deliciosa ensalada de repollo picado con zanahoria, arvejas, aceite y limón, y quien sabe qué otros perendengues le echaba a la cosa, lo cierto de todo, es que también con el tiempo María Zárate nos acostumbró a sus deliciosas ensaladas del medio día, dispuesta de manera ordenada sobre una bandejita de icopor.

Esa mujer de rostro alegre y acentuadas facciones negroides, seguía escribiendo una nueva historia, palmo a palmo, sin desfallecer jamás en los intentos, con el mismo semblante y el mismo entusiasmo; tal vez por ello no nos extrañamos que con el paso de los meses, ese pequeño garaje se llenara de verduras y hortalizas incluso invadía el andén con verdosos racimos de plátanos; porque María Zárate se impuso la disciplina de irse todos los días para la plaza de mercado y de allí se traía los frutos de cotidiano consumo familiar: bananos, zanahorias, papas, tomates, huevos y otros más, y los revendía con la facilidad de un comerciante persa y así, en medio del hacinamiento que soportaba cristianamente con sus hijos, seguía perseverante y crédula, supliendo necesidades del barrio, hasta que de la noche a la mañana, María Zárate ya estaba arrendando un apartamento contiguo al local para ubicarse allí con sus pequeños hijos, dejando un espacio suficiente para montar una revueltería.

Caramba!..., a muchos se nos hacía increíble que en tan poco tiempo, ya esta señora hubiera realizado el capital suficiente para hacerse a un entable propio. Su negocio seguía creciendo como por arte de magia y los vecinos terminamos por acostumbrarnos a su forma de trabajar desde la madrugada hasta el anochecer, jamás viéndole el más mínimo asomo de cansancio, y por eso le profesábamos respeto y admiración; porque veíamos a María Zárate en la mañana con sus buñuelos esponjosos y humeantes; al medio día con sus deliciosas ensaladas, en el resto del tiempo con la revueltería, la que también en pocos meses se transformó en una tienda donde podía comprarse de todo, desde minutos de celular, llamadas telefónicas, chance, maquinas de afeitar, leche y hasta fiaos para los vecinos más serios y buena pagas.

María Zárate no descansaba; su orgullo era de tanta envergadura que pocos conocimos a ciencia cierta su historia real, de ella pareciera que tanta desgracia por la que había tenido que pasar no hubiese hecho mella en su dignidad, sin embargo, los pocos vecinos que nos acercamos a tan agraciada negra, alcanzamos a apreciar en esa mujer, muchas veces desmoronarse como un panderito al recordar la historia triste de su familia, la guerra sucia que la dejó sin esposo y que se le llevó tres hijos para la guerra, el suicidio de su hija de trece años, cuando fue violada por los mensajeros de la muerte, la desaparición de sus dos hijos mayores, de los que nunca nada se supo, pero María Zárate estaba ahí, dispuesta a entregar hasta el último aliento de su vida por sacar adelante lo que le quedaba de su familia, reconocía que ya no contaba con el apoyo de un marido, pero contaba con la fortaleza inculcada por un Dios bueno que no dejaba de ayudarle todos los días mostrándole caminos de amor y de esperanza. Fue así, como María Zárate, se dedicó a trabajar a brazo partido y a sacarle provecho a su talento de vendedora hasta que pudo, como por arte o milagro, hacerse a su propia casa en poco tiempo, ordeñando, recogiendo aguamasas, vendiendo verduras, revendiendo granos y rancho, haciendo chance, sirviendo minutos de celular y cuanto trabajo lícito pudiera hacer esta mujer con la energía de un batallón en la mañana.

Si María Zárate no se hubiera dado a la tarea de tocar puertas, hoy no sería una de las mejores vecinas con que el barrio cuenta, porque con su trabajo constante nos ha enseñado que los violentos jamás podrán acabar con la esperanza que se guarda en los corazones de quienes perseveran, de quienes asumen el reto de volver la tragedia una oportunidad más para salir adelante. La constancia siempre logra lo que la dicha jamás es capaz de alcanzar; tan cierto es ello, que María Zárate goza hoy de una nueva vida, al lado de un nuevo compañero, negro y esbelto como ella y quien por suerte tuvo la dicha de encontrar una mujer con la fuerza y la fe suficiente para mover montañas y abrir caminos de esperanza.

Sólo quiero que me escuche

Todos los nombres, como de cualquier historia de tal estilo, están cambiados. Lo único que se conserva intacto es el tiempo, la realidad, el dolor y los escenarios.


Mi nombre ya está dicho, pero si de algo vale repetirlo me llamo Alina, hija de Pedro Juan Mira, un campesino que buscó ayuda en la tierra para cosechar en ella la comidita apenas necesaria para levantarnos sanos y fuertes. Mi madre se llamaba Sofía, Sofía nada más, a secas, era hija de los Ramírez que hace tiempos vinieron a colonizar estas tierras a punta de azadón y machete. Era muy hermosa mi madre, todavía tengo en mi mente, fresca, latente, la imagen de ella cuando la mañana del domingo en que la mataron, me sacó de la cama y me dijo que fuéramos a la misa más temprano. Acostumbrábamos empezar a ensillar las bestias a eso de las nueve de la mañana, después del desayuno, para bajar al pueblo a la misita y luego a hacer el mercado, pero esa mañana del domingo 30 de septiembre, hace exactamente siete años, irrumpieron en la casa diez hombres fuertemente armados y sin mediar explicación alguna empezaron a disparar sin ninguna conmiseración a diestra y siniestra. De pronto oímos voces y gritos como salidos de todas partes, como provenientes del mismo fondo de la tierra:
-¡Acabemos con todos estos hijueputas colaboradores de la guerrilla!
-¡Dónde está el malparido de Julián, busquen ese malparido sapo!
Se referían a mi hijo que hacía poco mi mamá lo había mandado a la troja de la casa a recoger un almud de café para llevar al pueblo, y en aquel doloroso momento estaba encerrado allí, precisamente donde guardábamos el café ya seco, las semillas, los abonos y las herramientas, entre otras cosas necesarias en la finca. Más tarde, reconstruyendo los hechos, me contó que cuando él sintió la algarabía que parecía del diablo, se metió debajo del arrume de unos costales que también guardábamos allí, porque se imaginó que venían a matarnos, y le tocó contener la respiración cuando sintió que unos hombres echaron abajo la puerta de la troja donde estaba, pero que gracias a Dios no lo vieron, de otra forma no estaría contando el cuento. Minutos antes de este doloroso acontecimiento mi mamá me había servido una taza de chocolate en una mesita que teníamos en el corredor de la casa, donde nos sentábamos todas las tardes a ver ocultarse el sol y a escuchar el canto de las cigarras fundirse armoniosamente con el ruido natural del río Cirsia, que se precipitaba ufano por las estribaciones de las montañas, mientras desde lo profundo de la cañada se dejaban venir los olores frescos de la selva y se mezclaban por momentos con el olor del café ya maduro. Cuando me llevó la taza de café reparé como nunca los ojos de mamá: eran unos ojos negros, un poco tristes porque sus párpados eran acentuados, como los mismos párpados que les pintan a las vírgenes, para hacerlas ver mucho más inmaculadas de lo que son; es que mi madre era una virgen inmaculada, y cuando reía se hacía mucho más pulcra y bella. Era tan esbelta mi madre, que daba envidia contemplar su natural belleza; su tez trigueña le daba un aire de nobleza incomparable y sus labios menudos, pulidos con pincel divino, cuando reían dejaban ver una dentadura impecable, blanca como el nácar… yo creo que mi padre se enamoró empezando por su sonrisa. Mi madre era una reina campesina, tenía un cuerpo bellísimo, envidiable, esbelto, su cintura era menuda, sus senos pequeños, era garbosa mi madre, sencillamente hermosa, sencillamente humilde… no entiendo por qué me la mataron, si nosotros con nadie nos metíamos.
Por nuestras tierras pasaban gentes extrañas, hombres armados de todos los pelambres, pero una, inerme ante tanta violencia con nadie trataba. Mi madre era silenciosa, de muy pocas palabras. A veces se acercaban algunos de esos hombres y pedían escasamente agua, lo mismo que el ejército, que de vez en cuando bajaba por allá, arrimaban a la casa y pedían agua. Allá, en la mesita del corredor, donde precisamente nos sentábamos a contemplar las tardes, fueran de invierno o de verano, siempre permanecía un porrón de agua fresca y vasitos para beberla. Cualesquiera que estuviera en la casa, les daba permiso y se acercaban a beber… todos daban las gracias… me extraña todavía lo sucedido porque el único vínculo o nexo que tuvimos con personas extrañas en la finca del Jordán fue estar en medio de un paso obligado para otras veredas. Mi madre nada tenía que ver con la guerra infame de este país y por eso, creo que quienes la asesinaron jamás lograrán alcanzar mi perdón, la dejaron tendida al pie de “Bolita”, que era el nombre de la bestia más mansita que tenía papá… pero a pesar de lo mansita, de no haber estado amarrada al abrevadero, seguramente se habría tirado por encima de la cerca, ¡porque hasta hizo del cuerpo el pobre animal!... todo el horror que viví ese 30 de septiembre no se desdibuja de mi mente, recuerdo cuando irrumpieron hacia el baño mientras yo corrí a esconderme en el escaparate de la alcoba de papá y mamá, recordé que mi papá estaba allá, alistándose también para salir con nosotros al pueblo y él como que en un principio no entendió lo que pasaba porque no se movió de la cama. A mí el instinto de conservación o el mismo terror a la muerte, me llevó a esconderme en el closet mientras veía a mi papá sentado al pie de la cama, creo que fumándose un cigarrillo mientras se ponía el mejor calzado para salir al pueblo, sobre todo a la misita. Es que éramos de misa dominical, y así estuviera lloviendo o tronando, no faltábamos nunca a la iglesia. Seguía escuchando gritos y frases incoherentes y confusas, otras las entendía claramente en medio del terror que me angustiaba.
-¡Perro hijueputa! ¿Por qué te escondés?, gritó un hombre y me di cuenta de que trataban con mi papá.
-Por amor a Dios no nos hagan daño, nosotros no debemos nada, no nos hagan daño, por amor a Dios, repetía mi papá, hasta que escuché varios disparos y no volví a escuchar los ruegos de mi padre. Como que lo sacaron a empellones hasta el patio que da a la alberca y allí lo asesinaron sin misericordia; pobre mi papá, tanto que trabajó, tanto que luchó, tanto que guardó silencio, y para nada le sirvió haber sido tan bueno… los asesinos no tuvieron piedad con este hombre tan bueno, que el único pecado que cometió fue haber sido un campesino honesto.
La escena de mi casa después de este múltiple crimen era de horror; después me tocó limpiar sangre de mi padre desde la alcoba hasta en el corredor de la casa, como que le dispararon en la propia cama y herido lo sacaron arrastrando, lo mismo que la de mi hermanito que apenas se disponía a levantarse, y ahí quedó, víctima de los asesinos, al pie de su camita. ¿Por qué pasan estas cosas en un país tan bello como Colombia?... ¿qué estamos pagando los campesinos en una guerra a la que nosotros jamás les hemos pedido que nos conviden?
Con la irrupción de ese grupo armado aquella mañana dominical a mi casa, lo perdí casi todo, solamente se me salvó mi hijo Julián que se escondió bajo los costales de café que estaban arrumados en un rincón de la troja, se llevaron a mi marido y a mi otro hijo, el menor, de quienes hasta ahora nada sé. No recuerdo en ese momento de horror en dónde estaban ellos. Aquella semana mi niño menor había sacado un cafecito a secar y ya tenía amarrado el jotico a la bestia para venderlo ese domingo, porque pensaba con esa platica dizque comprarse una camiseta del Nacional. Tantos años después de ese dolor, he tocado puertas y puertas, pero en ninguna parte me dan razón de ellos ni de la situación, vago sola y pobre, después de que en la casita nada nos faltaba. Soy una desplazada más por la violencia, a la que nunca nos hicimos los convidados y en la que seguiremos llevando la peor parte.
A las horas del medio día bajó el Ejército y la Fiscalía, después de que todo estaba consumado… cuando todo hubo pasado, salí del escaparate a pedir ayuda y me encontré con mi hijo Julián que apenas tenía cuando eso 14 añitos. Cogimos falda arriba pero ya venían unos vecinos a socorrernos. Todavía no entiendo cómo se enteraron las autoridades, lo cierto del caso fue que allá aparecieron; nos preguntaron que quiénes habían cometido esos crímenes, les dijimos que los vecinos habían visto bajar como diez hombres fuertemente armados, pero que nosotros no habíamos alcanzado ni a reconocerlos, ni mucho menos a contarlos, ni mucho menos sabíamos quiénes eran; fueron los mismos soldados comandados por un teniente de apellido Garoa los que aseveraron que había sido el Bloque Héroes de Granada de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, pero a nosotros nada nos constó porque empujados por el instinto de conservación o por la luz de Dios mejor dicho, lo que hicimos fue correr a escondernos. Contamos las cosas como sucedieron pero al otro día la prensa le agregó que éramos facilitadores de la guerrilla, no sabemos todavía quién hizo esos comentarios o si se debió al amarillismo de los periódicos que siempre lo utilizan para vender, aunque dudamos mucho de los militares que allí estuvieron porque para ellos como que la situación era otra página igual escrita en la misma historia de Colombia por más de 70 años. Lo cierto de todo es que nos tocó salir de nuestra tierra y hasta ahora no hemos podido regresar.
Después de que aquellos bandidos asesinaron a mi mamá, a mi papá y a mi hermanito, y se llevaron a mi esposo Javier y a mi otro hijo Camilo, de apenas catorce años, son tan infames que le echaron candela a la finca y al ganadito que teníamos para sobrevivir. Debido a eso me tocó coger el niño y venirme para el pueblo. En Abejorral me hospedé por tres meses en la casa de una amiga, pero de todas maneras, también los amigos con el tiempo, de cargarlos tanto hieden… hasta que un día me di cuenta de que mi amiga estaba teniendo muchos problemas con sus padres por culpa de nosotros, pues al fin de cuentas no quedamos con nada y entonces, económicamente no les podíamos ayudar, es decir que estábamos de arrimados en una casa ajena, que ni siquiera era de mi amiga. Resolví entonces volver a la finca, pero mi hijo no me siguió, lacónicamente me dijo que él por allá no volvía, que ni muerto quería volver a ver el horror de cien días atrás, que más bien se iba para Medellín, de pronto por allá conseguía algún trabajo, fueron muchos los ruegos que le hice para que no se fuera, pero resolvió marcharse y de él tampoco se nada hasta el momento.
Cuando uno está mal se le cierra muy fácil el mundo; yo para esa época no veía tres centímetros más allá de mi nariz; no estaba recibiendo ayuda de nadie, fui varias veces a la Personería de Abejorral y me calificaron como desplazada pero nunca me prestaron ninguna ayuda, nunca me regalaron un pedazo de panela, mucho menos un peso. ¡Una simple hoja donde
la califican a una como desplazada no sirve para nada!... con nosotros los desplazados por la violencia, lo que hace falta es más acción y menos cuento, porque tengo muy entendido que los “desmovilizados” sí reciben ayudas y muy buenas, ¡pero nosotros cada día estamos peor! Bueno, lo cierto del caso fue que regresé a la finca del Jordán y encontré todo desparramado, todo estaba maltrecho; no me explico si fue que después los asesinos regresaron a acabar con todo o si las cosas fueron producto del vandalismo, pues al fin de todo, a los vecinos fue a quienes les tocó enterrar seguramente los animales y entonces la casita quedó tirada al garete… todo se nos perdió, lo único que hice antes de salir de la finca fue limpiar la sangre de mi familia y acomodar un poco la casa, como para que la vida de mis seres queridos no quedara por ahí en la penumbra, vagando en espera del descanso eterno. Cuando regresé allí por única vez, ya el cocuy se había metido a la casa, y eso que apenas habían pasado como tres o cuatro meses, no recuerdo; lo cierto del caso fue que entré y ya faltaban muchas cosas; el abandono era evidente, de pronto escuché bramar en el potrero a Prieta, que era la vaquita preferida de mi mamá y que poco antes de aquella catástrofe había parido su primera ternera, corrí a verla e inmediatamente me reconoció. No observé su cría por ninguna parte, a lo mejor también la quemaron aquella infausta mañana; no me pregunté quién la estaba cuidando y ordeñando, pues al fin de cuentas era nuestra, así que fui hasta la troja, llorando, y saqué de allí un lazo, la até y cabestreada me la iba a traer para el pueblo, pensaba venderla porque no tenía sentido dejarla allí nuevamente abandonada, sabiendo que me había tomado la molestia de regresar a repasar la escena del crimen. Lo cierto del caso es que me traje el animalito y cuando ya alcanzaba la loma para empezar el descenso al pueblo, me alcanzaron tres muchachos que por sus vestimentas no eran campesinos y mucho menos del ejército; me preguntó uno de ellos, el más joven:
–¿Para dónde va?
–Para el pueblo– Le respondí lacónicamente, porque ni siquiera se dignó ninguno de
ellos en saludar –¡Voy para el pueblo!– insistí.
–¡Usted puede seguir el camino, pero la vaquita regresa con nosotros! –respondió el mismo que había preguntado, y no tuve más remedio que proseguir el camino de regreso sin mi vaquita, porque había tres armas de por medio en esta corta conversación.
Creo que con la violencia en Colombia se han escrito muchas páginas de intenso dolor, pero nadie siente ese dolor del desplazado, nadie se consiente del horror permanente de las víctimas, de lo contrario no sería la misma historia ni esta clase de situaciones se prestarían para hacer de la muerte un espectáculo que llena páginas y páginas de puro amarillismo. Ahora vivo en La Ceja, aquí tampoco he podido lograr nada porque igualmente la Administración Municipal cada día se desentiende mucho más del verdadero problema, por eso le dan mercados a quienes no los necesitan, porque así es la política, por eso hay quienes están sisbenizados en nivel uno o dos, teniendo casa propia y finca; pero con una no hay caso, al fin de cuentas dizque no soy de La Ceja ni me parezco a nadie, pero como colombiana, como antioqueña, como hija de Dios, creo que sí merecería alguna ayuda, al menos un apoyo para ponerme a trabajar. Aquí en La Ceja hay programas buenos para los desplazados, especialmente para las mujeres, pero como que una tiene que estar en la rosca para que le ayuden. Lo que si he encontrado aquí son vecinos muy buenos, la gente es muy caritativa; es que si no fuera por la caridad de la gente ya me hubiera muerto de hambre, por ahí me dan ropita para lavar y planchar y prácticamente con eso vivo. Últimamente he estado muy enferma y por eso a veces no alcanzo a conseguir los tres mil quinientos pesitos para pagar la piecita donde duermo y entonces tengo que amanecer en la calle, por ahí donde me coja la noche. Ya estoy vieja para lograr que me den trabajo en alguna parte, además como campesina que soy, nunca aprendí un oficio diferente a las actividades del campo, se ordeñar, rajar leña, cocinar y cultivar la tierra, pero nunca me imaginé sobreviviendo en la ciudad, aquí todo es plata y rosca, si no estás en la rosca, nada hacen por ti, además esa clase de oficios que yo sé, no sirven para nada en la ciudad. Aquí me he encontrado con muchos paisanos abejorraleños, inclusive hay uno dizque de candidato a la Alcaldía, pero yo de eso no entiendo nada, dicen que es el más opcionado y si es así, Dios quiera que le vaya muy bien, ¡a ver si le ayuda a los paisanos más desamparados!
Aunque ya no me interesa saber qué pudo haber sido de esas tierras por allá en Abejorral, sigo añorando que regrese la paz a Colombia, que no molesten más a los campesinos, que nosotros merecemos vivir tranquilos pues al fin de cuentas somos quienes cultivamos la comidita para todos; nadie come balas, ni todos se han preparado para disparar un arma, mis padres nos enseñaron a trabajar la tierra, a ganarnos la vida honradamente sin hacerle mal a nadie, y aquí no se trata de criticar sino de contarnos las verdades, porque de lo contrario todos los procesos de paz que se emprendan van a terminar en lo mismo, en puro bla, bla, bla.