Costa Rica, donde el bosque se come las vacas para que pasten los turistas.

Las nieblas, los perfumes blancos y las garzas prístinas, abren y cierran la noche en Costa Rica. País minúsculo en territorio pero grande en ideas, que sirve de puente entre la majestuosidad de Sudamérica y los países del Norte, y que separa además por unos cuantos kilómetros, ese piélago azul inmenso de los dos océanos: El Pacífico y el Atlántico. Un país “grande” porque ha sabido inventar y practicar esta máxima: “Una mariposa tiene más valor que una vaca”. ¡Sorpresa!, una guacamaya multicolor despierta mejor que un campanario y sus alas compensan multitud de arcoiris no vistos. ¡Un brindis por los insectos! ¡Abajo las exploraciones petroleras! ¡Abajo la minería! ¡Qué viva el oro en la piel de los jaguares!

¿Hay un país en América que piense y actúe de esta manera? ¿Un país que haya suspendido totalmente sus exploraciones petroleras y prohibido la actividad minera a cielo abierto, con el objeto de preservar sus recursos naturales? Ninguno, sólo la tierra de la “Pura Vida”, o sea Costa Rica.

Hay abundancia de volcanes en este país, como bosques, lluvias y prostitutas. Volcanes porque hace parte de un continente joven, resultado de una conjunción de placas marinas que querían avistar el cielo, y se levantaron de repente con su sed hirviente de milenios de ostracismo bajo el mar, dando nacimiento así a Centroamérica. Bosques, porque sus habitantes y clase política se enteraron del valor comercial del paisaje verde y de la calidad de vida que éste promete en medio de un mundo sordo, con tendencias a la locura, los basureros y el ocre de los desiertos. Lluvias, porque las nubes son pródigas de las montañas y están casadas con los ríos: se derriten para complacerlos, y les lloran para que les amen siempre. Y prostitutas, porque es un país de fronteras y piernas abiertas al capital flotante de la industria de los viajes, es decir al turismo, el cual se ha constituido en uno de los principales renglones de su economía. En resumen, un país inteligente que no ha desgastado sus recursos pensando en los gastos inútiles de la guerra, sino que ha empleado esos recursos y esas ideas, en atraer viajeros de todo el mundo, que les guste respirar aire puro, mojarse en los ríos y ver la niebla tropical donde se enredan las lapas y los loros.

Para corroborar lo anterior, subimos al volcán Poás en el centro del país, a casi 3.000 metros de altura. Un paisaje de cafetos, vacas de leche, niebla y finalmente bosques enanos. En la cima, la boca gris de la montaña exhalando humo blanco y baba verde: una hermosa laguna de azufre, morada del diablo, puesta allí como un acertijo. La inmensidad más lejos que nunca; y perdida en la llanura de atrás de esa montaña se vislumbraba el mar, en un espejismo sigiloso de cielo azul y respiro hondo.

De aquel volcán bajamos enseguida para emprender viaje hacia la ciudad de Liberia, capital de Guanacaste (que significa oreja en lengua “Nahualt”, perteneciente a los descendientes de los indígenas Chorotegas), en medio de potreros de ganadería extensiva abandonados, y la profusión de árboles, manchones de bosque y pequeños corredores biológicos, a lado y lado de la extensa autopista panamericana.

En Guanacaste non encontramos con el “loco” de Daniel Janzen y sus experimentos ecosistémicos, quien realiza una pequeña revolución ecológica en un terreno adyacente a la frontera con Nicaragua llamado “Área de conservación Guanacaste”. Este científico norteamericano viene implementado desde hace varias décadas una experiencia socio- ambiental bien interesante, que consiste en la reconversión de la ganadería en bosque, de tal manera que en vez de vacas, “pasten” turistas gringos y canadienses, en la otrora hacienda de las gestas históricas de Costa Rica, que pasando de mano en mano (incluida la propiedad del nefasto dictador Somoza), dejó de ser feudo ganadero para convertirse ahora en un “feudo ecológico”, es decir, en un área natural protegida (Parque Nacional Natural de Santa Rosa), cuyo liderazgo lo ejerce este visionario de Janzen.

En esta provincia del noroeste de Costa Rica, se materializa de la manera más concreta aquel principio filosófico mencionado al inicio, consistente en eliminar la ganadería extensiva, considerada como una de las actividades más depredadoras del bosque en América Latina, para permitir el repoblamiento natural y la recuperación de los ecosistemas. Janzen inició su proceso adquiriendo tierras y matando vacas (inicialmente mató 2.000 reses para instaurar la reserva), siguiendo luego con una educación y formación biológica a todos los niños que integran la región de su influencia, con lo que ha logrado transformar el paisaje y la cultura de este lado de Costa Rica, donde las risas de los nativos son compatibles al vuelo de las mariposas y al cantar de los aguas.

Costa Rica, Junio de 2003