Nació en la hacienda de El Puesto en La Ceja el 9 de mayo de 1826; murió en Medellín a las seis de la tarde del seis de julio de 1872 en una casa de la calle de Juananbú cerca al crucero con Carabobo. Fue hijo de Juan Ignacio Gutiérrez de Cananota Arango toro y de Inés González Villegas. El apellido Gutiérrez casi quedó extinguido pues sólo se reduce a los hijos del poeta ya que no hubo otro varón en su casa. El de González se reduce, puede decirse, a los de Rionegro y La Ceja, ya que otros apellidos González, que abundan tanto en Antioquia, pertenecen a otras ramas genealógicas.
Muy niño fue enviado al seminario de Antioquia y después a Bogotá al lado de su primo Aranzazu para estudiar en el seminario de aquella ciudad hasta concluir literatura y filosofía y después Derecho en la Universidad Nacional (Colegio de San Bartolomé) hasta recibir el grado de doctor y el título de abogado de la Suprema Corte, en 1847.
Heredó de su madre el gusto literario, pues ella conocía los clásicos españoles entre los cuales era su favorito Calderón de la Barca.
Esa herencia se acrecentó con la influencia de su primo Aranzazu, espíritu cultivado y admirador de los clásicos antiguos; y es de suponerse que en su salón que era uno de los centros literarios y políticos más brillantes de Bogotá, gustaría poner oído atento y recibiría los influjos de personas tan eminentes como Lino de Pombo, Rufino Cuervo, Joaquín Acosta, José Francisco Pereira. Contábanse entre sus condiscípulos y amigos Antonio María Pradilla, corazón amante, fisonomía distinguida y que fue probablemente el hombre más bello de esos días; Santos Gutiérrez, adusto y jovial, cuyo porvenir de fama guerrera todos preveían; Juan Salvador e Ignacio Narváez, poeta y escritor muy notable el primero; jurisconsulto eminente, sereno y triste el segundo. Narciso Gómez Valdés, de figura simpática, dulce e inteligente; FélixPulgar, festivo y amigo leal; Scipión García Herrero, de claro talento y carácter vigoroso; Francisco Malo Manzano tan estudiado y formal como amable y risueño;, precozmente blanco de canas, cada una de las cuales atribuía Januario Salgar a una retreta, rato musical que no perdió una vez en su vida; Alipio Mantilla, penetrante y cáustico; Antonio Durán, de chistosa y amena charla; Juan de Dios Restrepo, Manuel Pombo, Miguel y José María Samper, José María Rojas Garrido, Carlos Martín, José de Jesús Alviar, Manuel Vicente de la Roche, Ramón Martínez Benítez y Manuel Uribe Ángel. De todos ellos era especialmente querido y estimado Gutiérrez González por su carácter simpático y dulce y por sus ya advertidas revelaciones poéticas.
Tuvo que regresar a su hogar a terminar sus estudios por la amenaza de un aneurisma que lo asustó demasiado y que pasó pronto pero que dejó en su alma la cicatriz de la melancolía que nunca más lo abandonó.
En 1848 volvió a Antioquia en donde se dedicó a la para él tediosa tarea del foro, hasta 1850 en que contrajo matrimonio con doña Juliana Isaza Ruiz, hermana del doctor José Joaquín, más tarde obispo de Medellín. Calló entonces su musa hasta 1858, en que vino a despertarlo de su voluntario letargo su amigo el poeta Domingo Díaz Granados con su poesía “por qué no cantas?” a lo cual contestó Gutiérrez González con la hermosa composición “Por qué no canto?” “En ella culminaron, dice Camacho Roldan, la gloria y la felicidad de Gutiérrez González. La perfecta verdad, la conformidad que allí ocurrió entre el hombre y el poeta, entre el carácter del primero y la respuesta que debía dar el segundo, aseguraron una inspiración fácil, simpática, armoniosa: pero el desempeño excedió a toda esperanza por su originalidad y primor” “Consagró inmortales el nombre de Antíoco (seudónimo de Gutiérrez González) y el de su amigo Domingo Díaz Granados; la flor de batatilla y el cocuyo quedaron también, en nombre y por autoridad del genio, irrevocablemente consagrados a su autor”.
Las guerras en que intervino acabaron con su patrimonio y resolvió trasladarse a una región entre los ríos Miel y Samaná, en donde tenía una mina de muchas esperanzas. “No pintó bien la mina ni la hacienda, continúa diciendo Camacho Roldán; pero en ella halló un venero más rico que el de Potosí, ya agotado, o que el famoso moderno de Comstock en Nevada, que se agotará; halló el Poema sobre el cultivo del maíz, filón que no tendrá término en muchos siglos”. Se trasladó a Sonsón y desempeño una plaza en el tribunal superior de Antioquia.
La cualidad sobresaliente de su poesía es la verdad. No se encuentra en sus poesías una idea falsa, ni una comparación que no sea justa, ni una imagen que no corresponda al objeto que se quiere representar. No hay en él sensibilidad afectada, ni exageración en las sensaciones, y menos todavía lenguaje hinchado fuera de proporción con la altura de las impresiones recibidas por el poeta. La sencillez es una de sus grandes dotes, y ella sacrifica siempre hasta la medida o la cadencia del verso.
En el poema sobre el cultivo del maíz pone el oído atento a las voces misteriosas del bosque, traduce al lenguaje humano el mugido de las grandes aguas despeñadas, se extremece con el horror profundo de las negras cavernas, se ligó en místico himeneo con la tierra, y recibe de Ceres las espigas doradas de un alimento perpetuo e inagotables... La comparación entre la amarilla copa del guayacán, uno de los reyes de la selva, con el grano de oro que en la jagua luce, no puede ser más feliz en medio de un pueblo como el antioqueño, minero antes que todo. Toda la descripción es una mina poderosa en auríferos lechos de aluvión: los granos de oro de todos los tamaños brillan allí a porfía.
Se oye crujir el árbol acometido por el hacha cuando en graciosa curva empieza a descender; se ve el peón triunfante apoyando el cabo del arma sobre el tronco que vacila... y duda.... y cae.... y de la caída.... el trueno, a lo lejos, repetir escucha.
En materia de comparaciones, Gutiérrez es originalísimo, inspiradísimo e inspirado poeta, dice Pombo, para mostrar lo cual cita la de la madre y el niño con el altar y la ofrenda piadosa, la de la hiedra y el olmo admirable de la bóveda sepulcral con el arco del triunfo, la de la Rosa de la noche con los cocuyos y el vivac, el sin igual del gulungo y el incensario, y el sumamente gráfico de los cabellos en la frente de una joven, con el partirse de las ondas a proa de una barca, el ya proverbial de un beso, el original y ejemplar del cocuyo, y sus compañeros de la paloma a medio día y la flor de batatilla.
En Aures dejó ésta de verdad y amabilidad poéticas:
Se ve tejiendo en sus abismos hondos
Entretejido el verde carrizal,
Como de un cofre en el oscuro fondo
Los hilos enredados de un collar.
Qué enredados tan feliz, exclamaba Pombo.
Como onomatopeya es ya consagrada la siguiente estrofa:
Se escucha su chillar, que causa espasmos,
Como el chirrido de amolar cuchillos,
Cual se oyera la turba revoltosa
De mil muchachos recortando vidrios.
Como repentista no tiene superior.
Estando en Niquía, presentóse de repente a atender el servicio de la mesa una señorita de la casa, de una belleza y frescura quizá no eclipsables por bellezas foráneas. Vestida con campesina sencillez, traía su rosario al cuello, con la cruz visible sobre el pecho. Tres o cuatro amigos exigieron a Gregorio una improvisación dándole para ello las palabras seno rosario y cruz. El obedeció diciendo prestamente:
Sobre tu nevado seno
Brilla la cruz de un rosario,
Y yo, humilde nazareno.
Muriera alegre y sereno
Sobre ese hermoso calvario.
Un señor Vicente Holguín le dirigió admirado esta pregunta:...
Con u trago te has alzado, Gregorio?
Al instante continuó el poeta:
Déjame por Dios, Vicente,
Que estoy pasando actualmente
Las penas del purgatorio.
En la edición de sus poesías de 1890, en la que intervino su sobrino Emiliano Isaza, se ponen como principio y remate sus dos poesías a Julia en una de las cuales se encuentra aquella estrofa que, en concepto de Suárez, es la más bellas de todas las que escribió:
Son nuestras almas místico ruido
De dos flautas lejanas, cuyo son
En dulcísimo acorde llega unido
De la noche callada en el rumor.
Muy niño fue enviado al seminario de Antioquia y después a Bogotá al lado de su primo Aranzazu para estudiar en el seminario de aquella ciudad hasta concluir literatura y filosofía y después Derecho en la Universidad Nacional (Colegio de San Bartolomé) hasta recibir el grado de doctor y el título de abogado de la Suprema Corte, en 1847.
Heredó de su madre el gusto literario, pues ella conocía los clásicos españoles entre los cuales era su favorito Calderón de la Barca.
Esa herencia se acrecentó con la influencia de su primo Aranzazu, espíritu cultivado y admirador de los clásicos antiguos; y es de suponerse que en su salón que era uno de los centros literarios y políticos más brillantes de Bogotá, gustaría poner oído atento y recibiría los influjos de personas tan eminentes como Lino de Pombo, Rufino Cuervo, Joaquín Acosta, José Francisco Pereira. Contábanse entre sus condiscípulos y amigos Antonio María Pradilla, corazón amante, fisonomía distinguida y que fue probablemente el hombre más bello de esos días; Santos Gutiérrez, adusto y jovial, cuyo porvenir de fama guerrera todos preveían; Juan Salvador e Ignacio Narváez, poeta y escritor muy notable el primero; jurisconsulto eminente, sereno y triste el segundo. Narciso Gómez Valdés, de figura simpática, dulce e inteligente; FélixPulgar, festivo y amigo leal; Scipión García Herrero, de claro talento y carácter vigoroso; Francisco Malo Manzano tan estudiado y formal como amable y risueño;, precozmente blanco de canas, cada una de las cuales atribuía Januario Salgar a una retreta, rato musical que no perdió una vez en su vida; Alipio Mantilla, penetrante y cáustico; Antonio Durán, de chistosa y amena charla; Juan de Dios Restrepo, Manuel Pombo, Miguel y José María Samper, José María Rojas Garrido, Carlos Martín, José de Jesús Alviar, Manuel Vicente de la Roche, Ramón Martínez Benítez y Manuel Uribe Ángel. De todos ellos era especialmente querido y estimado Gutiérrez González por su carácter simpático y dulce y por sus ya advertidas revelaciones poéticas.
Tuvo que regresar a su hogar a terminar sus estudios por la amenaza de un aneurisma que lo asustó demasiado y que pasó pronto pero que dejó en su alma la cicatriz de la melancolía que nunca más lo abandonó.
En 1848 volvió a Antioquia en donde se dedicó a la para él tediosa tarea del foro, hasta 1850 en que contrajo matrimonio con doña Juliana Isaza Ruiz, hermana del doctor José Joaquín, más tarde obispo de Medellín. Calló entonces su musa hasta 1858, en que vino a despertarlo de su voluntario letargo su amigo el poeta Domingo Díaz Granados con su poesía “por qué no cantas?” a lo cual contestó Gutiérrez González con la hermosa composición “Por qué no canto?” “En ella culminaron, dice Camacho Roldan, la gloria y la felicidad de Gutiérrez González. La perfecta verdad, la conformidad que allí ocurrió entre el hombre y el poeta, entre el carácter del primero y la respuesta que debía dar el segundo, aseguraron una inspiración fácil, simpática, armoniosa: pero el desempeño excedió a toda esperanza por su originalidad y primor” “Consagró inmortales el nombre de Antíoco (seudónimo de Gutiérrez González) y el de su amigo Domingo Díaz Granados; la flor de batatilla y el cocuyo quedaron también, en nombre y por autoridad del genio, irrevocablemente consagrados a su autor”.
Las guerras en que intervino acabaron con su patrimonio y resolvió trasladarse a una región entre los ríos Miel y Samaná, en donde tenía una mina de muchas esperanzas. “No pintó bien la mina ni la hacienda, continúa diciendo Camacho Roldán; pero en ella halló un venero más rico que el de Potosí, ya agotado, o que el famoso moderno de Comstock en Nevada, que se agotará; halló el Poema sobre el cultivo del maíz, filón que no tendrá término en muchos siglos”. Se trasladó a Sonsón y desempeño una plaza en el tribunal superior de Antioquia.
La cualidad sobresaliente de su poesía es la verdad. No se encuentra en sus poesías una idea falsa, ni una comparación que no sea justa, ni una imagen que no corresponda al objeto que se quiere representar. No hay en él sensibilidad afectada, ni exageración en las sensaciones, y menos todavía lenguaje hinchado fuera de proporción con la altura de las impresiones recibidas por el poeta. La sencillez es una de sus grandes dotes, y ella sacrifica siempre hasta la medida o la cadencia del verso.
En el poema sobre el cultivo del maíz pone el oído atento a las voces misteriosas del bosque, traduce al lenguaje humano el mugido de las grandes aguas despeñadas, se extremece con el horror profundo de las negras cavernas, se ligó en místico himeneo con la tierra, y recibe de Ceres las espigas doradas de un alimento perpetuo e inagotables... La comparación entre la amarilla copa del guayacán, uno de los reyes de la selva, con el grano de oro que en la jagua luce, no puede ser más feliz en medio de un pueblo como el antioqueño, minero antes que todo. Toda la descripción es una mina poderosa en auríferos lechos de aluvión: los granos de oro de todos los tamaños brillan allí a porfía.
Se oye crujir el árbol acometido por el hacha cuando en graciosa curva empieza a descender; se ve el peón triunfante apoyando el cabo del arma sobre el tronco que vacila... y duda.... y cae.... y de la caída.... el trueno, a lo lejos, repetir escucha.
En materia de comparaciones, Gutiérrez es originalísimo, inspiradísimo e inspirado poeta, dice Pombo, para mostrar lo cual cita la de la madre y el niño con el altar y la ofrenda piadosa, la de la hiedra y el olmo admirable de la bóveda sepulcral con el arco del triunfo, la de la Rosa de la noche con los cocuyos y el vivac, el sin igual del gulungo y el incensario, y el sumamente gráfico de los cabellos en la frente de una joven, con el partirse de las ondas a proa de una barca, el ya proverbial de un beso, el original y ejemplar del cocuyo, y sus compañeros de la paloma a medio día y la flor de batatilla.
En Aures dejó ésta de verdad y amabilidad poéticas:
Se ve tejiendo en sus abismos hondos
Entretejido el verde carrizal,
Como de un cofre en el oscuro fondo
Los hilos enredados de un collar.
Qué enredados tan feliz, exclamaba Pombo.
Como onomatopeya es ya consagrada la siguiente estrofa:
Se escucha su chillar, que causa espasmos,
Como el chirrido de amolar cuchillos,
Cual se oyera la turba revoltosa
De mil muchachos recortando vidrios.
Como repentista no tiene superior.
Estando en Niquía, presentóse de repente a atender el servicio de la mesa una señorita de la casa, de una belleza y frescura quizá no eclipsables por bellezas foráneas. Vestida con campesina sencillez, traía su rosario al cuello, con la cruz visible sobre el pecho. Tres o cuatro amigos exigieron a Gregorio una improvisación dándole para ello las palabras seno rosario y cruz. El obedeció diciendo prestamente:
Sobre tu nevado seno
Brilla la cruz de un rosario,
Y yo, humilde nazareno.
Muriera alegre y sereno
Sobre ese hermoso calvario.
Un señor Vicente Holguín le dirigió admirado esta pregunta:...
Con u trago te has alzado, Gregorio?
Al instante continuó el poeta:
Déjame por Dios, Vicente,
Que estoy pasando actualmente
Las penas del purgatorio.
En la edición de sus poesías de 1890, en la que intervino su sobrino Emiliano Isaza, se ponen como principio y remate sus dos poesías a Julia en una de las cuales se encuentra aquella estrofa que, en concepto de Suárez, es la más bellas de todas las que escribió:
Son nuestras almas místico ruido
De dos flautas lejanas, cuyo son
En dulcísimo acorde llega unido
De la noche callada en el rumor.