La casa de Cosme Marulanda

de Las casas de La Ceja

Aunque no puede averiguarse con seguridad, sí hay datos que la casa que hoy pertenece a Gabriel Ángel Uribe y que antes fue de Nicanor Vélez, que la adquirió después de la reedificación hecha por Cesáreo Vélez perteneció al general Cosme Marulanda. Era una casa baja, a la que se entraba por un portón que daba acceso a la sala y que llegó a gran estado de abandono cuando ocurrió su reedificación. El general Marulanda nació en La Ceja el 23 de marzo de 1810.
El tronco de esta familia fue Juan Prudencio Marulanda, natural de Vizcaya en España, casado en Rionegro con Josefa Londoño Piedrahita.
Juan Prudencio fue inmensamente rico, pues poseyó lo que comprende el valle de La Ceja y además grandes propiedades en la región de la Mosca. Se refiere que en lo que es hoy la plaza de Guarne establecido el campamento de la multitud de esclavos que poseía.
Francisca, hija suya, se casó con Carlos Londoño, de quienes descienden los Londoños de La Ceja; Lucía se casó con Pedro Carvajal, capitán, que vivió en Rionegro y luego en Popayán y en Bogotá.
No sabemos si los hijos de Carvajal nacerían en La Ceja, lo que parece probable, porque en 1819 aparece uno de ellos bautizado en La Ceja. Si es así, otra hija de Pedro y de Lucía, Timotea, también nacería en La Ceja y así lo afirma Benjamín Bernal en su magnífica monografía inédita de La Ceja.
Siendo así, tendríamos que una hija de La Ceja llegó a ser mujer de un presidente de la república ya que Timotea fue la segunda mujer del general José María Obando. Como el general Obando tuvo que salir de la república cuando la guerra de los Supremos, lo siguió su mujer de debió vivir con su marido en el Perú y en Chile. Ella fue la que introdujo a Colombia las azucenas conocidas con el nombre de azucenas de Obando, que deberían cultivarse con profusión en La Ceja no sólo por su inmaculada belleza y por su valor comercial sino porque una hija de La Ceja fue afortunada en traer a nuestra patria tan hermosa flor.
También fue Timotea Carvajal de Obando la que introdujo en Colombia, trayéndolo del Perú, el cidrón, Limpia citriodora, Kunth, que contiene el aceite llamado lippiol que le da el olor a limón; esta planta tan simpática por sus propiedades calmantes del sistema nervioso y tan usada por la gente, también debería cultivarse en mayor escala.
Otra de las hijas de Juan Prudencio fue maría Josefa, soltera, que regaló los terrenos necesarios para la fundación de La Ceja y a quien se ha tenido como fundadora. Solis Moncada sostiene que el fundador fue Pantaleón Arango, médico y abogado, nacido en Santander en donde vivió su padre el doctor Juan Tomás Arango, pero que pertenece a los mismos Arango de Antioquia. Parece más acertado decir que el fundador fue Pedro Pablo Arango Ángel, primo hermano del doctor Pantaleón, porque de éste sí consta que fue juez poblador. Pedro Pablo era alcalde de Rionegro cuando legó allí el español Warleta, enviado por Morillo a la reconquista de la república y lo mandó a trabajar como peón en el camino de Sonsón a Honda. Pedro Pablo es el ascendiente de la mayor parte de los Arango de Antioquia y de Caldas y murió en La Ceja el 4 de diciembre de 1836.
Otro hijo de Juan Prudencio fue Miguel, de quien descienden los Restrepos, Tobones, Palacios y Marulandas de La Ceja. También proviene de Miguel Monseñor Jesús María Marulanda, que tuvo, como todos los de su apellido, una sindéresis reconocida en toda Antioquia.
Finalmente fue también hijo de Juan Prudencio Francisco José que se casó con Ana María González Villegas, hermana de Inés González Villegas, madre del doctor Gutiérrez González; hermana de maría Antonia González Villegas, madre del doctor Aranzazu; y hermana de José Antonio González Villegas padre del general Cosme González.
Del matrimonio de Francisco y de Ana María nació el general Cosme.
Lo que vamos a copiar del general Marulanda fue escrito por el sabio polígrafo José María Samper Agudelo, magistral biógrafo del general y de autoridad indiscutible. Sigue el doctor Samper: Apenas tenía unos catorce años cuando bajo la proyección de sus tíos don José Antonio y don Elías González fue a librar desde niño el rudo combate del trabajo, en la hacienda de Carrizales, a orillas del río Aures, entre Abejorral y Sonsón. Desde entonces su vida fue siempre la misma: vida de campesino, de agricultor, que andando el tiempo habría de ser la de un patriarca, interrumpida de cuando en cuando por grandes borrascas, es decir, cada vez que la patria lanzaba un supremo grito de angustia. Vestido a usanza de casi todos los campesinos de Antioquia, camisa de tela fuerte para el trabajo, pantalón muy resistente y algo corto y estrecho, ruana de lana, bien de tejido nacional o de paño extranjero, sombrero murrapo de copa baja y alero muy angosto y los pies desnudos cuando no calzados en alpargatas, don Cosme no se diferenciaba de sus compañeros de labor sino por el tipo, así en lo moral como en lo físico. Al ver la fisonomía y ademán de don Cosme se comprende que en sus venas se mantiene con toda la pureza la sangre española. Mediano y macizo de cuerpo, ligeramente encorvado de hombros, robusto, vigoroso y ágil, insigne caminador de a pie, fuerte para resistir penalidades y reposado en sus movimientos, tiene no solamente la estructura y complexión, sino los demás rasgos característicos de la raza aragonesa o castellana. El cabello corto y poco abundante; la frente vasta, noble y correctamente alineada, las cejas muy espesas de corte vigoroso; los ojos negros, pequeñitos, muy vivos y suspicaces, de mirar suavemente escrutador y de dulcísimo expresión, nariz algo corta y aguileña indicativa de la fuerza de voluntad y de la energía; los labios delgados, de mediana dimensión, algo comprimidos hacia adentro, , pero suavizados siempre por una sonrisa afectuosa; la piel de aquel rosado fresco que es propio de los ancianos muy blancos; el óvalo del rostro lleno, tirando a la redondez, plácido, ingenuo, enteramente apacible y sin rasgos de malicia; y en el conjunto una expresión patente de sencillez y rectitud: tal apareció a mis ojos, primero en su retrato fotográfico y después en el original, al conocer en Guaduas la fisonomía del general Marulanda. Al observarlo con atención se echaba de ver que en su alma reina la sinceridad; que su conciencia, sin recodos ni raudales, está profundamente tranquila y que es imposible salga jamás de sus labios una palabra que el mismo no tenga por verdadera y leal; habla en voz baja y suave y con mucha calma, piensa bien lo que dice y no dice sino lo estrictamente necesario. Su alma contiene no sé qué de la pureza de las auras de las verdes campiñas y brisas de las altas montañas, del silencio solemne de las breñas casi inaccesibles y de la inmaculada blancura de las nieves que se amontonan sobre los encumbrados lomos del Ruiz.
Pero hay todavía en Marulanda algo superior a la pureza de su conciencia, a la blancura y serenidad de su alma; y ese algo, que es muchísimo, porque es la suprema cualidad del ser humano y el trasunto de la idea cristiana, es su inagotable benevolencia. Si el amor al trabajo, amor instintivo y de educación, así como su gusto por la apacible vida campestre, retenían ordinariamente a don Cosme Marulanda en el fondo de sus queridas montañas los acontecimientos del mundo político le arrastraban de cuando en cuando a hacia los campamentos. En 1851 tocóle al general Borrero el grave encargo de encabezar en Antioquia la revolución. Marualnda, que había hecho las primeras armas en 1840, combatiendo como soldado voluntario y suelto, bajo las órdenes de Henao, contra los revolucionarios de entonces, había saboreado la victoria de Salamina. Tocóle en suerte sufrir en 1851 el dolor de la derrota. Los pronunciados en Manizales le aclamaron por su comandante; y él, que apenas había combatido valientemente como simple voluntario, hubo de tomar sobre sí la responsabilidad del mando militar. Marchó resueltamente hacia el norte, se incorporó en Abejorral en las tropas colectivistas de Borrero, combatió para ser vencido como los demás y una vez hecha por el coronel Henao la entrega de las armas, tornó a dedicarse a sus labores campestres, sin ingerir ni poco ni mucho en las cosas públicas. Pero en 1854 estalla en Bogotá como un golpe de estado en los cuarteles, la insurrección militar del general Melo y al punto los pueblos antioqueños, sin distinción de partidos, se armaron para combatir y extirpar la dictadura; envía al ejército del sur cuatro batallones organizados en Antioquia, Medellín, Marinilla y Salamina y preparan su reserva para una caso de necesidad. Marulanda vuelve a tomar las armas, pelea con valor en Riosucio y cando cesa el peligro vuelve otra vez a ocultarse en su hacienda.
Pero a su vez los partidos liberal y radical y el antiguo jefe militar de los conservadores se impacientan en 1860 de no tener en sus manos el poder, conciertan alianza formidable contra su propia obra, la legalidad federal establecida en 1855 a 57, y lanzan la república a la guerra civil. Marulanda sale una vez más de su hacienda como comandante del batallón Salamina; combate en Manizales con insigne arrojo contribuyendo mucho a la victoria obtenida allí por el general Posada sobre Mosquera, historia que dio motivo a la célebre “Esponsión de Manizales”; hace sucesivamente en defensa del gobierno constitucional, la campaña del sur en 1860; la del norte en el 61, peliando con porfiada energía en el Tambo y después en Playas y en Santo Domingo y otra vez la del sur, en 1862, hasta la rendición de Manizales; y donde quiera se distingue por cualidades militares sobresalientes, ora vencedor, ora vencido. Marulanda fue de los principales, siempre a la cabeza de los valerosos hijos de Salamina, en concurrir a la lucha y su oportuna llegada al memorable campo de Cascajo decidió la victoria a favor de la reacción, la cual dio por tierra con el gobierno del señor Bravo, en mucha parte impuesta por el general Mosquera. Allí obtuvo Marulanda como premio de sus notables servicios el grado de general y se le confió entonces el mando de la división “Salamina”.
Cuando en 1867 Mosquera lanzó a la república el decreto de 29 de abril, Antioquia se armó prontamente para defender el régimen constitucional que el partido liberal le había impuesto, organizando con rapidez algunas divisiones; y ya el general Marulanda se movía con la suya por la vía del Líbano hacia el norte del Tolima, cuando la conjuración casi militar del 23 de mayo volcó la dictadura, confiscando el poder federal, con un golpe de mano, a favor del radicalismo. Nueve años tuvo después de reposo el general Marulanda, pero la república está fatalmente condenada a no gozar de larga paz.
Provocada como fue la revolución por los desafueros de los gobernantes y una manifiesta usurpación del poder público, aquella estalló primero en el Cauca, donde la situación era mas tirante. En breve se generalizó la guerra civil adquiriendo formidables proporciones y Antioquia hubo de representar el primer papel en la contienda, desplegando todas sus fuerzas y encabezando en cierto modo los movimientos del partido conservador. Marulanda dejó al momento su retiro para ocupar el puesto que le correspondía. Organizó su división, marchó para el Cauca, combatió con admirable bizarría en los Chancos y luego defendió su causa hasta verla sucumbir en Manizales en 1877. La persecución de que fue víctima desde el 5 de abril de aquel año, lo obligó a retirarse a sus tierras de Plancitos, sobre la cordillera del lado del Tolima; pero queriendo aprovechar hasta su desgracia para hacer bien, se aplicó a fundar con sus colonos y compañeros de infortunio una nueva población, que luego fue designada con el nombre de Aldea de Marulanda. Candoroso en su patriotismo, crédulo por carácter y por deseo del bien, dejóse alucinar por falaces promesas que en breve habrían de ser desmentidas por los hechos; y perdiendo la esperanza de una reivindicación del derecho, fundada en los recursos de la paz, se lanzó en la desastrosa reacción de 1879. La lucha fue de corta duración y en todas partes desgraciada para los conservadores antioqueños y como de costumbre tocó en suerte a Marulanda ser de los primeros en tomar las armas y de los últimos en rendirlas. El combate que sostuvo en Salamina con 200 hombres mal armados resto de su división contra 600 soldados aguerridos, fue verdaderamente heroico y en él, peleando sin esperanza alguna, dio las últimas pruebas de aquel valor tranquilo y sereno, de aquella entereza de alma y grandeza de abnegación que le han distinguido en todos sus conflictos militares.
El tiene en medio de la común debilidad la invencible fuerza de un carácter templado por la virilidad y de una conciencia satisfecha de su obra. La vida militar del general Marulanda fue tan bella y pura como la vida privada.
Murió el 24 de noviembre de 1887 en la población de Marulanda, la cual había fundado doce años antes. El congreso de 1926 decretó un busto del general Marulanda en la población citada.