Camilo

“Cuando no puedas hablar bien de alguien entonces guarda silencio”

CAMILO tiene apenas cinco años, pero quien lo creyera, es un hombre metido en un alma de niño, conoce con exactitud dónde se guardan las cosas de la casa, desde la cédula de la mamá hasta la cajita de Vacol que de vez en cuando se saca para calmar la picadura de un insecto o la inflamación que de manera repentina lacera el cuello de Jaime. Camilo no es un niño cualquiera, no es el niño de ciudad, ni el que va a la escuela, ni el que duerme entre níveas sábanas y suaves colchones, de ninguna manera, es un niño campesino que de andar siempre descalzo se ha acostumbrado a las piedras y al calor de la arena, inclemente por demás, incluso a los animales que se guarnecen bajo la sombra; pero Camilo como que nada siente.

Protegido en sus escasos cinco añitos, se alegra cada mañana, al ver salir la luz del sol y sentirse sano y vivo, no le importa sino lo que humea en el fogón, una arepa frita y un poco de arroz y chocolate. Listo el desayuno, Camilo se siente un Rey con suculento plato…feliz su inocencia, feliz la placidez con que ve y siente pasar las horas y los días, me imagino que sus días aún son eternos como las Navidades de cuando éramos verdaderos niños.

Perdido en lo más profundo del valle, Camilo va de aquí para allá, todo el día, sin cansancio, desde las cuatro de la mañana hasta que se apaga el mechón a las siete de la noche. No sabe de cansancio ni de temores, para él lo mismo es la oscuridad que la luz del día, lo mismo los días de lluvia o los días de sol, lo mismo el día donde hay carne, o pescado, o nada; porque está tan adherido al territorio que conoce palmo a palmo su piel, lo que el suelo brinda, lo que se levanta de la tierra y busca los cielos, lo que cae de los árboles, si es venenoso o es comestible, si es útil o sencillamente si se trata de un capricho más de la tierra…porque también la tierra tiene sus caprichos, sino, cómo explicamos que un suelo rojo, brinde pastizales verdosos?.

Camilo es mi amigo, hace algún tiempo lo conocí, pero tuve la oportunidad de visitarlo hace poco y fue tanta su alegría que hizo agradable mi estadía en su humilde casa. Para dónde salía, era mi guía, me atendió como un rey, siempre estuvo atento a mis peticiones, porque cuando salía a recorrer el valle, andaba seguro detrás de él, porque era Camilo quien guiaba el camino, cuál camino, ningún camino, Camilo se orienta por el olor propio de las plantas que crecen silvestres en el valle y andar solo sobre suelo desconocido es un riesgo a perderse, por eso Camilo fue mi excelente guía.

En casa Camilo es el de todo, es el nombre que más se pronuncia, y cada vez que se pronuncia le cambian de apellido, es que Camilo tiene decenas de apellidos, todos muy particulares por demás; “Camilo, las gallinas”, algo pasa y Camilo sale corriendo espantando las gallinas que se han metido a la cocina, buscando afanosamente los granos de arroz que caen de la mesa. Camilo los marranos, y sale Camilo corriendo a espantar los marranos que se están comiendo el cuido de los patos, pero también de cuando en vez lo llaman por el apellido patos, porque también los patos invaden territorio humano.

Pero descubrí algo muy lindo en este niño de tan poquitos años; ya había dicho que es un hombre metido en un alma de niño, y es cierto, porque es el motivo central de la familia, es el que sabe y sirve para todo, y por eso cada vez que se pronuncia la palabra Camilo, responde de la misma manera: “..Y ahora qué pasó!!!”, “ese ahora que pasó”, equivale a que alguna misión o responsabilidad hay que hacer, ir por el agua, traer el jabón, sacar los pollos del comedor, espantar los perros, traer el Vick Vaporú o caminar kilómetros enteros para llevar un pedazo de queso donde la tía.

A media lengua se expresa, pero no se requieren mayores palabras para comunicarse uno con Camilo, basta mirarlo a los ojos, y ver plasmados en ellos, la inocencia de un niño, de cinco años que inexplicablemente se ha vuelto hombre del valle. No sabe de dolencias ni de quejas, no le tiene miedo a los rayos ni a las tempestades, no le teme a las serpientes y por gracia no lo pican los mosquitos ni los alacranes. Va de aquí para allá, absorto en lo elemental de su vida, limitada a un territorio sin ciudad, pero con la muralla de un río que conoce tanto como el suelo sobre el que sus pasos dejan las mismas huellas de esperanza día tras día.

Ese Camilo hombre con apariencia de niño, me enseñó, en una semana, que todo es importante y valioso ante los ojos de Dios y por eso es recomendable espantar las serpientes y no matarlas, respetar los sapos y las iguanas, dejar que el agua siga su curso y no tomar del río, sino los peces necesarios, los chicos es mejor arrojarlos de nuevo, porque sin duda ellos regresaran más crecidos o servirán más tarde de alimento a los que viven más debajo de su rancho.

Camilo, fue quien me enseñó en siete días, a fuerza de interpretar su mirada, que cuando no tenemos algo bello para decir de alguien, es mejor guardar silencio
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