El Bazar de Pastorita Vélez

Por el mes de octubre, es de costumbre realizar colectas de todo tipo, además de festivales y una serie de ventas y remates, todo, con el ánimo de allegar fondos que han de enviarse, creemos todos, a las arcas de las organizaciones religiosas más indicadas para hacer Misión Católica a lo largo y ancho del mundo.
Tales actividades tienen lugar sobre todo en las escuelas primarias, donde proliferan las ventas de “papas chorriadas” y tajadas de torta casera, amen de insignias y rifas de acuerdo a la iniciativa de los alumnos y maestros. Pero el más particular y atractivo de todos los ventorrillos es, sin lugar a dudas, el bazar que, con todas las características de un mercado oriental, realiza la señorita Pastora Vélez.
Suspende ella para entonces su ajetreo de costurera y bordadora y reune a una serie de señoras y señoritas, amantes de san Francisco y de sus buenas obras para que, bajo su tutela, se encarguen de colocar toda una miscelánea, compuesta de objetos en desuso, o subutilizados, anticuados o antiguos, semiperfectos o deteriorados, pero eso sí, todos donados con el fin de que no estorben en las casas, sabiendo que “a los misioneros les sirven más”.
Abre Pastorita su mercado anual desde las siete de la mañana, después de haber bañado a sus dos perritos “tarimeros” y a su gigante gato “angora”, compañeros fieles que guardarán por todo el día a la prestante y atareada dependiente lo mismo que a su humilde mercancía.
El inventario físico que al iniciar actividades puede establecerse, es todo un requísimo acerva que, seguramente, pocos anticuarios podrán contar para sí: huevos de losa para mamarle gallo a las gallinas cluecas, cabezas de muñecas para ensartar en la palanca del clotch, marranitos de alcancía diez o más veces violados y violentados, “cabos” de vela bendita para las tempestades y para los apagones de la EADE, almanaques “Bristol” y “Creditario”, para seguir rigurosamente las fases de la luna, cortes de coleta y otomana para las enaguas de la humilde campesina, talegos de “Solla” para los calzoncillos del descomplicado agricultor, pilitas de agua bendita con el Ángel de la guardia incorporado.
Camándulas de “chirillas”, para no perder la cuenta de los “mil jesuses”, variedades de máscaras para la noche de las brujas, panderetas y dulzainas para animar los villancicos
, relojes de pulso que jamás han caminado, tarritos costureros de galletas “Sultana” para guardar los botones, tambores de hilaza para tratar de elevar las cometas, frascos de “menticol” entre adulterado y descolorido, potes de desodorante “Lander”, carentes ya de sus poderes originales, pelotas de aserrín obtenidas en trueque por un kilo de hueso, imanes de herradura para colgar al dintel de la puerta, materitos plásticos con un desafiante cactus, teléfonos de juguete para alimentar la esperanza en la solicitud ante EDA, sacacorchos desperfectos, anteojos ya monofocales, balancines desequilibrados, charoles, platos, tazas, cucharas, pero todo lleva implícito el factor benéfico y el estilo típico de un gran Bazar que sólo Pastorita ha sido capaz de sostener desde hace ya mucho tiempo.