La cruz de mayo

Ha representado ese signo para os moradores de Cuatro Esquinas, algo más que una tradición y de ella han sido artífices las familias de Don Ramón Rojas, el peluquero; de Don Tulio López, el eterno taxista; los descendientes del “Monito” Patiño; los Rios de Don Suso y Maria Eva y otros muchos.
Para el tres de mayo, están prestos a celebrar con gran pompa y regocijo la festividad en el monumento que allí se conserva desde principios de siglo. No faltan alféreces para cada día de la novena y menos para el día clásico, sólo irrespetado por la necedad de un párroco y transferido para el catorce de septiembre en un año cualquiera.
Pero la tradición va más allá de la veneración comunitaria en el templete del barrio: se manifiesta también en la elaboración de un signo de regular tamaño, para ser colocado en la parte más visible de la casa, con corona de pinos y flores incorporada y velas para todo el día y parte de la noche.
Además, otra pequeña cruz en el dormitorio o sala, acompaña de una muestra de los artículos que ordinariamente forman la canasta familiar: un puñado de maíz, arroz y frijoles, un trocito de panela y carne, una pastilla de chocolate y algo de dinero en efectivo.
Los materiales elaborados para la elaboración de la réplica, varían de acuerdo a la comodidad y disponibilidad de ellos pueden ser dos trozos de palo de escoba o cañabrava, hasta una imponente cruz preelaborada en carpintería, con adornos de talla y acabado perfecto.
Para el rito de los “Mil Jesuses”, hay reunión de la mayoría de la familia bien encabezada, camándula en mano y veinte unidades de cualquier cosa menuda para el conteo perfecto. Así se inicia la retahíla que termina seguramente con desuses de más o de menos por lo monótona y cacofónica que se vuelve, causando hilaridad entre los pequeños y sueño entre los mayores.