Las diversiones de antes

Los juegos y entretenciones de los mozuelos de ahora años has sido sustituidos, como en casi todas partes, por la mecánica y la tecnología electrónicas, así como por el billar y el pool unos vicios poco recomendables. Queda entonces, solo para el recuerdo, aquel acervo de fechorías, cometidas casi siempre a hurtadillas y que representaban el trajín de pelafustanes y chicos de toda clase social, en vacaciones, fines de semana y gran parte de todas las noches.
Llegó a hacer tradicional el desafío entre galladas para dirimir quién era quién, futbolísticamente hablando y sudando, entre Patuco y Cuatro esquinas, clásicos celebrados en la Manga del Padre Londoño, con el peligro de ser pillados por una inoportuna pasada del mayordomo en la cancha debajo de los Salesianos, ser denunciados ante el Padre Yépez y descrita las características como pilluelos desde el próximo púlpito.
La Manga de “Cachorra” servía de escenario para el duelo entre San Vicente (Los Polos) y el Hoyo de Tierra. Allí se encontraba de todo para un certamen que cabía, al igual que Cayeto, Mobilia y San Pedro, celebración con pólvora y borrachera de parte del equipo vencedor.
No todo era deporte clásico. Podía variar la actividad y pasar fácilmente a una competencia de brincos en zanjas y caños, salidas a “pajarear” cauchera en mano y pesca de renacuajos y sardinas en estado casi larvario, para llevar como trofeo de vuelta en un incómodo frasco de suero dextrosa o en un cortante tarro de aceite lubricante.
Los desplazamientos en pandillas hacia los alrededores de los Jesuitas eran toda una gran excursión, portando cada uno tarro y cuchara para devorar la sopa sobrado d elos seminaristas, caña de anzuelo y disposición para enfrentarse a piedra con El Mister al paso por la Quica o con la viuda al paso por la Guaira.
Toda la cuadra contaba con su gallada propia, extracto de cada familia, quienes a las diez de la noche, apenas se disponían al desquite en una “calle” de trompos, al desafío de un “ruedo” de bolas tricolores y bogotanas o a la consecución de otra “maceta” de cajetillas del mayor valor nominal posible: La Lucky valía por mil en arbitraria valoración descendente por marcas, hasta la de Piel Roja que representaba la irrisoria unidad.
El encanto de las mozuelas y tormento de las mamás con sus “brinconas” hijas era, sin duda alguna, el juego de la golosa, la cuerda saltarina y el pellizcado catapis juegos éstos interrumpidos por la impertinencia de los muchachos que sólo querían la calle para sí, la noche para sí y muy poco de tranquilidad y de sosiego para los atormentados vecinos.