Un día de eleccione

Como en cualquier aldea, pueblo o ciudad del país, en nuestro municipio hay movimiento y algarabía para un día de comicios. No es una excepción la cantidad de panfletos entregados y pegados en los muros, ni es caso aparte el pregoneo en franca competencia pero, de todas maneras, ocurren casos y cosas que es bueno traer a cuento.
Herederos de las grandes divisiones nacionales, los partidos acá también se fraccionan y se vuelven trizas en pos de una curul o de una buena figuración en una lista. Así, la publicidad gráfica y oral llevan la tendencia a la intriga y a la competencia desleal en muchos casos. No ha de faltar el pasacalle alusivo a las obras inconclusas del que ya haya montado o a las promesas que, como siempre, no se cumplen. Los meses previos se caracterizan por las reuniones a granel, con aguardiente a bordo para atraer la juventud” y para cebar a los viejos. Se ofrecen cursos y cursillos, becas y beques, mercados y herramientas, guaro y música de baile, bandas de chupacobres y bandas presidenciales, trabajo por pilas en una y en otra fábrica y oficina, paseos de olla y oyetas, pavimento para carreteras, adoquín para calles, aguas de todas clases, escuelas, colegios y facultades, libros, cuadernos y lápices para todos os gustos y, ante todo, amistad a todo el que como mínimo, se mantenga allí y traiga a otros dos pacientes a la próxima cita.
Al acercarse la fecha crucial, se incrementa el guerreo de carteles y volantes: de cuatro a diez por debajo de cada puerta y cinco de ñapa por la ventana; el pasacalle que dice casi lo mismo y el afiche que tapa hasta el contador de la energía con un texto similar.
Sí cada “beneficiario” de esa lucha, recibe del Directorio aquel, del Movimiento tal, o del grupo equis, el mensaje de “sincero reconocimiento por su labor en comicios anteriores”, con la recomendación de no irse a voltear en esta ocasión “tan crucial para la democracia local y nacional”.
Muy temprano el domingo, ya los voceadores y pregoneros han ocupado el mejor lugar para su bulliciosa labor: se ven cajas de gaseosa y paquetes de pan tajado y mortadela que seguramente van a servir para mitigar el filo del medio día. Los comisionados por cada grupo para “arrastrar” votantes, se hacen presentes con sus “presas”. Se ven ven descender de dos lujosos “Lada” a diez Carmelitas semidescalzas entre perplejas y mareadas; Toñito el del Asilo, acompañado de quince ancianos más “acuden” a cumplir con su deber de cada dos años. Claudina es entrada a empellones con el voto bien empuñado en una mano y su pedacito de cédula en la otra.
Unos treinta seminaristas, previamente “adiestrados” recurren a su señorío para solicitar una papeleta sólo en el toldo que ya les es conocido. Los seguidores de Don Pacho Botero aparecen en manada luego de descender de un camión que los ha transportado desde la vereda. Cada mayordomo llega con su patrón en el asiento de atrás del lujoso carro.
No falta el desfile del triunfo que ha de rematar la jornada para quienes se creen ganadores y para quienes aspiran a beneficiarse con un buen residuo. Al lunes siguiente, se recogen toneladas de residuos, no electorales, sino de basura y escombros, lo mismo que de botellas que han dejado mojada la “ley seca”. De todas maneras, se cumple con un deber: votar y botar.