Tarde de domingo

El escenario común de entusiasmo deportivo con que contaba La Ceja hasta finales de los sesenta, era sin lugar a dudas la cancha de Los Hermanos. Lo era por su condición de casi única y por su cercanía al centro de la población. El ánimo que a cada evento le sabían colocar aquellos desvelados padres de la educación local, encabezados por el Hermano Adolfo, rebasaba los límites tal vez de lo normal para la época y para las condiciones de vida de entonces.
No hay duda que, al hablar de una tarde deportiva e la Cancha de Los Hermanos, había que hablar de aquilatados contendores y de jugosos trofeos a disfrutarse. La música en altoparlantes al compás de marchas cuidadosamente seleccionadas por don Juan, era un aliciente más para cada cita en ese escenario.
Las humildes graderías (bancos de madera) se veían atiborradas de público ansioso de emociones y de admiradores de los ídolos de entonces. Nacieron allí para el deporte, específicamente del fútbol, destacados representantes como “Los Calochos” y “La Onza” entre muchos otros.
Mencionado ya Don Juan, el presto mayordomo del colegio, podemos recordar como hechos suyos, porque le estaban asignadas, las labores de recuperación de la pelota en el caso de que transpusiera la raya final y fuera a para al río (también de Los Hermanos). Esto era común pero siempre estaba listo don Juan con su canasta de largo mango para asirla y retornarla al campo de juego.
Otra de las funciones era la de espantar a los gallinazos que habitualmente se acomodaban para pernoctar en los brazos de los generosos eucaliptos que se erguían a lo largo del río. Era trabajo de todas las tardes, valiéndose de cuatro o cinco efectivos voladores.
Además, es de recordar la paciencia de este señor para atender la venta de panes, previa caminada desde el fondo de la edificación hasta el portón general y vuelta por la mercancía, además de un inminente regreso por la devuelta.
El inolvidable Hermano Adolfo, fue el gran impulsor del deporte del tejo. Hubo de construir, paralela a la cancha de fútbol, una similar de aquel pesado y embarrado entretenimiento. Su paciencia era la de Job para controlar la cantidad de curiosos que invadían el escenario y, sobre todo, a sus insoportables discípulos que le robaban las mechas (papeletas) que por un descache volaban fuera del embocinado.
Así, entre los enloquecidos gritos de gol, la música olímpica de los altavoces, los silbidos estridentes de los mecánicos en la bomba vecina y las detonaciones de los inofensivos petardos del tejo, transcurría una tarde de domingo en este nuestro pueblo.