Los camiones de escalera

Esos gigantes y acaparadores vehículos que hoy por hoy se han convertido en todo un monumento nacional y sirven para hacer turismo, conservan en nuestro pueblo todas las características de la actividad para la cual fueron construidos.
Continúan mostrando su policromía y su arte “trasero” tradicional: “¿Dónde andará?” la imagen de la virgen con un cúmulo de imperfecciones faciales; un paisaje de río, bosque y cielo debidamente acompasado o un rostro de Jesús más desfigurado que el real.
Viajar, siempre resulta expectante, viajar cerca o lejos y en cualquier condición, puede resultar un “programa”. Pero, hacerlo desafiando todos los peligros, siempre resultará una aventura.
Más que una aventura es la que viven a cada semana los campesinos que se le apuntan al viaje en las escaleras veredales. El número de pasajeros no importa, lo que juega es que todos vayan y como sea. La parte que corresponde ocupar, en nada preocupa: Si es en el capacete, más “ventilado” resulta el paseo; si es colgado lateralmente, implica no desprenderse y mirar sólo hacia adentro.
En una escalera cabe de todo: Cabe la acuerpada señora que requiere de la ayuda del marido y de cinco peones para depositarla en el interior; el niño precoz que no quisiera regresar al campo; la quinceañera que anhela sentarse al lado del fogonero que le hace caritas; el borracho que se acomoda como quede, desafiando la inestabilidad del terreno y abusando del poco equilibrio que le queda.
Cabe el ternero que le corresponde “viajar” de pie, incómodo para él y para sus compañeros de nave o banca; las auyamas redondas y encartadoras, que ruedan de lado a lado; el cachorro criollo que saca osadamente la cabeza por un orificio del costal, sin atinar a entender la vida de perro que le espera; el baúl, reforzado con latas de saltines para guardar los “secretos” de la casa; la cajada de pollitos que no para de piar en todo el recorrido.
Cabe el costal que contiene una cabeza de novillo para el sancocho de la semana; el rollo de otomana, coleta o popelina para confeccionar enaguas y fundas de almohada; talegos de “Solla” para delantales, manteles y calzoncillos.
Caben los bultos de salvado, abono y melaza; los voladores para la Romería que se avecina; el galón de petróleo y el rollo de cabuya, además de 87 pasajeros que aspiran a llegar sin rodear el rancho triste para empacar de nuevo, el otro domingo, todo un camionado de ilusiones.