El precio de una causa

Los leños, astillas de guadua, piedras y barrancos que había disponibles fueron utilizados en la construcción de las barricadas, las que habían sido cuidadosamente programadas en cuanto a lugares exactos, horarios apropiados de iniciación y comisiones de estudiantes que las defenderían.
A las 9 de la noche, cuando en el parque principal, sobre la acera de la Casa Cural y en torno al kiosco central se aglomeró una de las más extraordinarias cantidades de gente que La Ceja haya registrado en su historia, la comisión multipartito dio el visto bueno a la realización de un paro cívico que habría de durar hasta la misma hora del día siguiente y de perpetuarse y ser en la posteridad la primera y mayor manifestación de protesta social, dadas las características de que venía precedida.
Para Natividad, la gordita y morena caucana que cursaba su tercero de bachillerato en el Idem “Bernardo Uribe Londoño”, pudo no ser muy grata la noche de las barricadas. Aún recuerda ella en sus quehaceres de modesta auxiliar de enfermería en un humilde Centro de Salud de un pueblo del lejano oriente de Antioquia, el momento en que como un toro herido por la estocada, Alberto Serán, “Capricho”, presuroso de regreso hacia el centro por la vía de Rionegro olvidó que la decisión de obstaculizar el paso era en general para todos los vehículos y para todos los conductores y que su condición de empresario extranjero no lo dejaba exento de la audaz medida.
La oscuridad fue complice del atrevido automovilista porque los estudiantes tardaron en reaccionar para tomar los proyectiles por ellos requeridos para destrozar el parabrisas delantero del vehículo, pero si fue Capricho la víctima de toda una serie de insultos y acusaciones por haber dejado tendida en el piso mojado, con fractura de clavícula y con el vestido empantanado a la compañera Natividad.
Hubo de servir de “florero” este incidente lo mismo que el posterior anuncio de que los niños que acababan de relevar a los mayorcitos amanecidos en la barricada de la entrada de Medellín, ya empezaban a ser víctimas de los atropellos de la policía.
La noticia se extendió por el pueblo como combustible ardiendo, sobre un público comburente y ofuscado porque a la hora diez aún no se vislumbraba la solución que estaba en manos del Departamento.
Los antecedentes de estos sucesos pueden resumirse así: Hacia 1905, los Hermanos Lasallistas se habían radicado en la población y unos diez años más tarde construyeron lo que habría de ser la sede de su Colegio, edificación que vio pasar bajo sus techos a cientos de muchachos por tres generaciones que cursaron la Primaria y otros menos que alcanzaron a terminar la Secundaria.
Por lo vetusto de la edificación después de medio siglo de servicios, parecía que fueran las ruinas de un mal cuidado pueblo semi-colonial.
En 1970, los Hermanos Cristianos optaron por dejar a La Ceja, carentes de vocaciones religiosas y mal habidos de recuerdos humanos para continuar lo que llamaron su labor pastoral y académica.
Así las cosas, en Municipio tomó en propiedad dichas instalaciones para entregarlas en comodato a lo que sería la fusión del IDEM con el Instituto “María Medianera”
Dada la demanda de educandos y la carencia de infraestructura para el normal desarrollo de las actividades, fue cuajando en la población afectada por la necesidad la idea de la adquisición de unas modernas instalaciones pero, como ocurre en todos los casos cuando de reclamar un auxilio del Estado se trata, sólo se recibieron promesas a granel de boca de los funcionarios de turno.
Tenía entonces que gestarse un modo de presión no muy lícito por cierto, pero tal vez más eficaz y hubo de organizarse un Comité Cívico que recibió la “orden” de organizar marchas de protesta, mítines diversos y presiones a como diera lugar ante las autoridades competentes.
La voz unánime de “¿dónde está el millón de pesos?”, fue el lema en pancartas y corrillos previos a la realización de la gran jornada.
Para las 3 de la tarde del jueves 12 de mayo, la población a una se volcó a las afueras para defender lo que ya se había adoptado como propio: la optimización de un desorden que olía a asonada contra los aparatos de represión.
Los sucesos acaecidos en las inmediaciones de “La Paz”, cruce de caminos hacia el “Yegüerizo” y “El Puesto” fueron bien conocidos y repudiados y en los cuales fueron víctimas de secuestro tres de las compañeras a bordo de un bus de Sonsón que logró colarse por entre los obstáculos inoperantes derrumbados.
A Rodrigo García le correspondió pagar con el precio de sus capacidades físicas y mentales y más tarde con su propia vida toda la deuda contraída por la ciudadanía, porque cuando el enfrentamiento se hizo más encarnizado, la bala asesina de un agente local, lo alcanzó a la altura de la cabeza, para que inmediatamente se desplomara y diera pié a la marcha enfurecida de todo un pueblo hacia el parque, llevando al occiso como escudo y a su camisa ensangrentada como bandera.
Dicho estandarte quedaría suspendido en los cables del alumbrado al frente del Palacio, en tono desafiante a los más beligerantes que emprendieron lo que jamás La Ceja había conocido y lo que muy pocos creyeron realizable: protesta masiva con muerto y todo, además de saqueos de estanco y almacenes, bicicleta del cartero al piso, avisos y vidrios rotos, conato de incendio en la esquina del “Café Amador”, vehículos antimotines apedreados y burlados sus ocupantes, quema de llantas y de pólvora en diversas esquinas, fusión de la ralea de Palenque con la turba en general y la posterior represión como es de rigor en estos casos.
Pudo constatarse plenamente que, al día siguiente, bien pudo recogerse la cantidad de material de playa en plenas calles, suficiente como para las bases físicas de lo que, a brazo partido, contra muchas adversidades y sin el apoyo desde entonces prometido hoy tiene nuestro pueblo: “Qué belleza de Liceo”.